Image: Joaquín Romero Murube

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Ensayo

Joaquín Romero Murube

Juan Lamillar

12 mayo, 2005 02:00

Joaquín Romero Murube. Foto: Archivo

Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2005. 284 páginas, 16 euros

La figura de Joaquín Romero Murube (1904-1969), hermano menor de la generación del 27, merece ser recuperada, y Lamillar lo hace rastreando su lírica con afecto y delineando luces y silencios de un personaje público que animó la vida cultural sevillana durante décadas.

Romero Murube trató de defender de la voracidad especulativa "esa Sevilla clara, serena y ordenada" que, pese a desaparecer en gran medida a partir de los años sesenta, colmó la vida del poeta, "infinitamente prisionero de la dulce hondura clara" de su horizonte. Pero el mérito mayor del libro de Lamillar estriba en presentarnos a Murube como uno de los eslabones entre las generaciones divididas por la guerra civil. Impulsor en los años veinte del grupo renovador "Mediodía", el poeta figura en los homenajes que tanto "Litoral" como el Ateneo de Sevilla tributan a Góngora en 1927, que lanzan su generación. Convertido en 1934 en conservador del Alcázar, el "poeta jardinero" refuerza su amistad con el grupo: Salinas y Guillén, por la proximidad de su magisterio sevillano, que dejarán huella en su obra, pero también Aleixandre, Diego, Alberti, Dámaso y, por encima de todos, Lorca ("Querido Joaquín,/triste y malandrín,/te mando un abrazo/ancho, azul, turquí"), a quien hospeda en su casa varias veces y que ya lo ha bautizado como "la honra y el espejo de Sevilla".

Terminada la guerra, Romero Murube viste el uniforme de Falange. La primera vez que cumplimenta en el Alcázar a Franco tiene escondido allí a Miguel Hernández. En 1939 se atreve a dedicar a Lorca su poema para la "Antología poé-tica del Alzamiento" ("No te olvides, hermano, que ha existido un agosto/en que hasta las adelfas se han tornado de sangre..."). Frecuenta entonces nuevas relaciones: Montes, Ridruejo, d’Ors, Halcón, Masoliver, Agustí, Torrente Ballester, Tovar, Laín, Escobar, Halcón y, entre otros, Cela, con quien tropieza cuando éste, en su Primer viaje andaluz, lo tilda de "empleado". El sevillano responde: "Gracias a ser empleado del ayuntamiento he podido librarme de pertenecer a la plantilla de censores". Cela, contrito, "acojonado misántropo", pide "¡perdón, coño, perdón!" al "muy alto y bárbaro poeta, cónsul de Sevilla en el mundo". Sus amigos lo han caracterizado como "un republicano liberal, que se supo mover con el franquismo, porque ante todo era un escéptico". Alberti le vuelve la espalda, pero Guillén lo recordará hasta su muerte, "tan fiel amigo en las horas difíciles y en las gratas", y José Bergamín defiende "la dignidad de su conducta".

Aquilino Duque, que conoce en el Alcázar de Murube a Guillén y a Dámaso, y rastrea allí a Alberti, Lorca, Villalón y los Machado, resume que el autor de Sombra apasionada y Sevilla en los labios fue el puente que le permitió "reconstruir una época y un ambiente que la guerra había destruido y la posguerra tratado de enterrar". Ese puente no debía malograrse.