Image: La música y lo inefable

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Ensayo

La música y lo inefable

Vladimir Jankélévitch

19 mayo, 2005 02:00

Vladimir Jankélévitch

Trad. Rosa Rius y Ramón Andrés. Alpha Decay. Barcelona, 2005. 239 págs, 23 e.

No abundan en el siglo XX los filósofos con verdadera pasión musical. Adorno es siempre la excepción que suele citarse, pues es el filósofo más importante que se haya aproximado jamás con tal hondura y competencia al universo de la música.

Cabe nombrar algunos (pocos) más. Ernst Bloch quizás. Y desde luego este magnífico ensayista y filósofo etéreo y sutil que es Jankélévitch. Por el contrario, abundan los filósofos en quienes, de manera escandalosa, la música no es ni siquiera mencionada. Heidegger, filósofo de la escucha, de los estados de ánimo previos a la "comprensión", dedica, a lo largo de su ingente obra, tan sólo un párrafo algo estulto dedicado a Mozart. Ortega y Gasset consagra algunos comentarios bastante banales a Debussy. Y así podríamos seguir de forma indefinida: Derrida, Foucault, Deleuze... Por eso deben ser protegidos como especies en extinción los pocos pensadores que en ese pasado siglo (XX) consagraron esfuerzos entusiastas a la música. Por mucho que algunos de ellos nos disgusten en sus sectarismos injustificados. Y lo mismo debe decirse de este filósofo amante de músicos algo marginales y oblicuos: Jankélévitz.

Su pasión por la discreción, por la sobria manera de componer sin grandilocuencia parece comentar, de manera infinita, el gran logro del Peleas y Melisande de Debussy: cuando ambos adolescentes confiesan del más sobrio modo su amor, a la vez que genialmente la música se retira en un estremecido silencio de elegancia. Pero a muchos ese modo excelente mediante el cual Debussy quiere corregir los excesos grandilocuentes del encuentro amoroso de Tristán e Isolda, con toda su grandeza ética y estética, no consigue hacernos olvidar el segundo acto de la ópera wagneriana, quizás las páginas más hermosas que se han escrito nunca en el género operístico.

Este autor combate esa gesticulación wagneriana que presagia su enemigo jurado: el expresionismo. Para un lector algo libertino en gustos musicales, como es mi caso, que siempre tiene encendidas velas de admiración y amor tanto a Debussy como a Mahler, resulta incómodo un gusto tan decantado como el de este sutil ensayista y pensador. Su campo de juego es muy concreto: no rebasa el arco de un cierto mundo musical eslavófilo, estilo Rimsky-Korsakov y Mussorgski, como anticipo del impresionismo musical que constituye el ámbito de sus preferencias: Debussy, sin duda; Ravel, Albert Roussel, o algún ruso del XX, como Prokofiev. Más algunos franceses, como Fauré, Frank o Dukas. Al terminar el libro me sucede lo que al poeta español, que después de seguir la pista de sus paisanos, exclamaba para sus adentros: "¡Mallarmée, Baudelaire, Rimbaud!" Jankélévitz podría también remover mis sentimientos nacionales, pues una y otra vez cita en sus ensayos a figuras merecedoras de atención como Falla, Albéniz, Mompou. Pero al acabar un libro de música en el que apenas si cita -y siempre para criticarlos- a los músicos de la gran tradición alemana, grito también para mis adentros: "¡Bach, Beethoven, Brahms, Wagner, Mahler, Schünberg, Berg, Webern, Stockhausen!".

En el caso de este libro, magníficamente escrito y ensayado, es demasiado clamoroso todo aquello que, gustándome, apenas se toca en él.