Image: Las malas pasadas del pasado

Image: Las malas pasadas del pasado

Ensayo

Las malas pasadas del pasado

Manuel Cruz

26 mayo, 2005 02:00

Manuel Cruz. Foto: Mercedes Rodríguez

Premio Anagrama de Ensayo. Anagrama, 2005. 222 páginas, 17 euros

A pesar de lo que sugiere su ingenioso título, el objeto central del interesante libro de Manuel Cruz no es el pasado. Su tema decisivo es el sujeto en cuanto agente consciente, reflexivo y responsable, definido por "su capacidad para inaugurar, para iniciar, para conseguir que manen ilusiones de esta reseca y polvorienta nada en la que estamos instalados".

También el cambiante, complejo y multifocal medio -el tiempo que nos ha tocado en suerte vivir- en el que debe desenvolverse hoy. En el bien entendido de que lo que marca la estrategia discursiva de la obra son las grandes nociones de identidad personal, responsabilidad e historia y otras a ellas vinculadas, como las representadas por el par conceptual memoria/olvido, por el imperativo de explicitar el lugar desde el que se habla o por la apelación a conjugar la inteligibilidad del pasado con la clara percepción de nuestros proyectos de futuro. Cuestiones todas ellas cuyo desarrollo encuentra aquí su culminación en un imperativo y un interrogante: el imperativo de llegar a ser capaces de "determinar cómo queremos que sea nuestra sociedad, qué consideramos, en definitiva, una vida digna de ser vivida" y el interrogante "¿qué queremos hacer?".

Es posible que sean los recurrentes debates sobre nuestras señas de identidad y nuestras pertenencias básicas, sobre el aborto, sobre el modo y manera de morir, sobre la imputación de responsabilidad o sobre lo que haya que entender, en términos tanto teóricos como prácticos, como persona, lo que ayude a explicar el interés que hoy despierta, en ámbitos que desbordan con mucho lo puramente académico, el problema de la identidad personal, tan relevante de cara a la definición de los límites del individuo como, sobre todo, para nuestra vida en común. ¿Qué es lo que hace que una persona pueda ser considerada una y la misma a lo largo del tiempo y a través de todos sus cambios físicos y psicológicos? La pregunta ha recibido respuestas muy distintas. Se ha apelado, por ejemplo, a la continuidad psicológica encarnada por la memoria, o a una sustancia pensante subyacente, o a la unidad de la conciencia de sí a través del tiempo. Incluso a la disolución -o cuanto menos debilitación- del problema mediante la apelación a la multiplicidad de yoes. ¿Es la identidad un punto de partida, una esencia preexistente que debemos actualizar a lo largo de nuestras vidas o es el resultado fluido, cambiante y fragmentado de una construcción social que ocurre a nuestras espaldas? ¿Atribuyen acaso los defensores de la identidad personal una ficticia y cosificada identidad a lo que es un agregado, disperso y contradictorio, de pulsiones, instintos, razones e intereses? Por su parte, Cruz opta por la consideración de cada uno de nosotros, más allá del dilema reduccionismo/antireduccionismo como "el lugar desde el que se contempla todo". Especialmente brillantes resultan los apartados dedicados a la democracia como "proyecto de autogobierno y autoformación social" y al nacionalismo como una forma particular, con variantes diferenciables, de "pensar la pertenencia".

En parcial sintonía con Hans Jonas, Cruz se adhiere al famoso "imperativo ecológico" de este autor -"obra de tal modo que los efectos de tu acción sean compatibles con la permanencia de una auténtica vida humana sobre la tierra"-, formulado desde la convicción de que la humanidad se encuentra en serio peligro y de que sólo cabe una postura resolutoria: "constituirse como seres responsables". Y hacerlo con la mirada puesta en el legado que dejaremos a los que vendrán. Respecto de la historia, Cruz se detiene especialmente tanto en la necesidad de defender el pasado de determinadas agresiones como en la ineludible vinculación del historiador con el presente. Más allá de toda visión continuista y de toda creencia acritíca en el progreso en la historia, Cruz se pronuncia por la recuperación, por parte del presente, en plena decadencia de la vieja fe en el futuro, de "algo de la condición plástica, maleable, que jamás debió perder".

Estamos, pues, muy lejos ya -en este y en otros textos recientes procedentes tanto del ámbito "pos-analítico" como del "continental"- del clima filosófico dominante en la década de los ochenta. Es posible que tal vez por ello algún lector lo encuentra demasiado "políticamente correcto", algo que haría poca justicia al calado último de la obra. Como es posible también que otros encuentren que el individualismo fenomenológico, por así decirlo, del que se sirve el autor para montar el bastidor sobre el que alza su discurso recorta sus exigencias teóricas. Y, sin embargo, tal vez a este modo de hacer deba este libro su capacidad de sugerencia, su atención, realmente notable, al matiz y su perspicacia descriptiva. Que no es poco.