Image: El agua de todos

Image: El agua de todos

Ensayo

El agua de todos

Emili Piera y Alex Milian

23 junio, 2005 02:00

vertidos contaminantes en el río Segura

Traducción de Anna Borràs. Algar. 200 páginas, 12’9 euros

El agua es escenario y protagonista de muchos libros recientes. Así, Maude Barlow y Tony Clarke denuncian en Oro azul (Paidós, 2004, 416 págs., 19’5 e.) cómo las multinacionales se están apoderando de las reservas mundiales de agua. La misma tesis defienden Vandana Shiva en Las guerras del agua (Icaria, 2004, 158 págs., 15 e) y Riccardo Petrella en El manifiesto del agua, de (Icaria, 2004, 135 págs., 11.00). Más positivo resulta El agua en España: propuestas de futuro (Ed. del Oriente, 360 págs., 18 e) mientras que El abastecimiento de agua en España, de Mónica álvarez (Civitas, 2004, 615 págs., 80 e) examina exhaustivamente el caso español.

Escrito desde un ecologismo a ratos sensato y con frecuencia radical, este libro analiza el complejo problema del agua en el litoral mediterráneo, y aparece en un año climatológico que repite la angustiosa sequía de 1995.

La introducción es de Pedro Arrojo y marca cuatro tesis con las que coinciden Emili Piera y álex Milian. La primera afirma con acierto que "un río es mucho más que agua". La segunda señala que "los problemas de la costa mediterránea no proceden propiamente de la escasez de agua, sino de la depredación misma del territorio", es decir, la gestión sostenible del agua requiere plantear con rigor la ordenación territorial, la urbanística y las nuevas formas de explotación agrícola. La tercera tesis es la oposición a los embalses y, la cuarta, el rechazo a los trasvases del río Ebro propuestos por el Plan Hidrológico Nacional, y el apoyo a la instalación de desaladoras.

Tras aplaudir la decisión del gobierno de Rodríguez Zapatero, ganadas las elecciones de 2004, de anular los trasvases del Ebro, las primeras páginas de El agua es de todos analizan la excesiva, por no decir brutal, actividad constructora en la Comunidad Valenciana. El ladrillo con sus secuelas de dinero negro, de corrupción en los ayuntamientos y de aglutinante de intereses oligárquicos habría sobrepasado con mucho lo que una sociedad democrática puede tolerar a los constructores en su explotación de los recursos hídricos y del medio ambiente. No dejan claro estas páginas que este desbordamiento viene de lejos. La Ley Reguladora de la Actividad Urbanística (LRAU) -repetidamente denunciada- se aprobó en 1994 por una Generalitat socialista. Las proyecciones de la Confederación Hidrográfica y de la Mancomunidad de Canales del Taibilla para los próximos diez años prevén la construcción de un millón de viviendas y noventa campos de golf. Las previsiones para la costa murciana y la andaluza no son mejores.

Con la desgracia que supuso la rotura de la presa de Tous como palanca, se rearma en las páginas siguientes la crítica a los embalses presentados como un producto residual del franquismo. Este es un país seco, otra cosa es que determinados empresarios hagan negocios fraudulentos a costa del cemento. Por otro lado, como ha escrito Manuel Jiménez Sánchez en El impacto político de los movimientos sociales. Un estudio de la protesta ambiental en España (CIS, 2005), la construcción de pantanos ha sido vista por la inmensa mayoría de los españoles como algo positivo, signo de progreso social. La crítica vertida más adelante al embalse navarro de Itoiz sobre el río Irati insiste en lo mismo. Da preferencia, sin argumentos de peso, a la posición de la Coordinadora de Itoiz, contraria a la presa, frente al gobierno de la Comunidad Foral y al ministerio de Medio Ambiente.

Piera y Milian trazan un panorama desolador de los abusos de empresas que como Erkimia han vertido al Ebro, en Flix, toneladas de productos tóxicos y radiactivos. Pozos ilegales, sobreexplotación de acuíferos, espiral insostenible de demandas es el pan de cada día a lo largo y ancho del Mediterráneo. Más aún, en el sureste murciano y almeriense. La denuncia de los abusos sobre el agua y el medio ambiente tiene en muchas de estas páginas un tono de denuncia radical en el que no faltan nombres y apellidos, pero eso no debe impedir la percepción de que estamos ante una situación grave.