Image: Quince discursos

Image: Quince discursos

Ensayo

Quince discursos

Joshua Reynolds

28 julio, 2005 02:00

La Sra. Spencer y su hija (1759)

Trad. C. A. Jordana. Visor Libros, 2005. 224 págs, 12 euros

Su amigo Edmund Burke escribió en elogio suyo: "Para ser tal pintor, era un profundo y penetrante filósofo". Lo que no podía imaginar Burke es que cuando Reynolds hubiera sido virtualmente olvidado como artista, su obra teórica seguiría siendo leída y apreciada.

Todo comenzó en 1768, cuando Reynolds fue elegido presidente de la recién fundada Royal Academy of Fine Arts. El pintor asumió aquel cargo como una misión: en adelante procuraría exponer sus mejores obras en la Academia, y especialmente cuadros de temas heroicos y elevados: "pintura de historia". A pesar del gran éxito de sus retratos, Reynolds no se veía a sí mismo como un mero retratista. Su empeño era introducir en el arte británico de su tiempo la retórica italiana y francesa del Gran estilo. La dedicación a la teoría formaba parte de esta misma empresa.

Durante su largo mandato como presidente de la Academia, desde el 1769 hasta 1790, Reynolds pronunció una serie de quince discursos, verdaderas conferencias teóricas que forman como un tratado completo sobre los problemas del arte. Los primeros siete de ellos se publicaron por primera vez en 1778, pero el conjunto de los quince discursos no aparecieron hasta 1820 (no 1821, como se dice en la contraportada). Los discursos reflejan un conocimiento muy profundo de la tradición de la teoría humanística de la pintura y de sus debates: la diferencia entre imitación y copia servil, la belleza y los principios del Gran estilo, la eternidad de la Naturaleza y lo transitorio de la moda, las partes de la pintura (invención, expresión, colorido y ropaje) y sus géneros (el más elevado, la pintura de historia), la primacía del dibujo o el colorido, etc.

A veces los tópicos antiguos cobran nuevos matices, que se van acentuando en los discursos más tardíos. Por ejemplo, la comparación entre Rafael y Miguel ángel había sido abordada a mediados del XVI por el tratadista veneciano Lodovico Dolce, que resolvía este paragone con el triunfo de Rafael. Reynolds plantea la misma comparación en su quinto discurso (1773) y allí los méritos de los dos artistas (gusto y juicio de Rafael, genio e imaginación de Miguel ángel) están aún equilibrados. Pero en el discurso decimoquinto (1790), la balanza se inclina decididamente del lado de Miguel ángel (el propio Reynolds se había retratado junto a un busto del escultor en 1780) como encarnación del genio y lo sublime.

En general, los primeros discursos están dominados por los grandes temas de la estética clasicista: la imitación y el ideal, las reglas y el papel de la razón en el enjuiciamiento de las obras de arte. "La invención, hablando estrictamente, -leemos en el segundo discurso, de 1769- es poco más que una nueva combinación de las imágenes que previamente se recogieron y depositaron en la memoria; nada sale de nada". En contraste, el discurso undécimo (1782) estará dedicado a la idea de genio, y el decimotercero (1786), a sostener que el arte no es mera imitación, sino que está dirigido por la imaginación.