Ensayo

Díez-Alegría: la aventura de una conciencia

Pedro Miguel Lamet

20 octubre, 2005 02:00

Díez-Alegría. Foto: Mondelo

Temas de Hoy. Madrid, 2005. 478 páginas, 18 euros

Este libro traza -y la traza bien- una vida apasionante desde el punto de vista intelectual. Se trata de un joven de familia católica a la antigua usanza que se hizo jesuita, vio algo que no le convencía en la doctrina sobre la propiedad privada que le enseñaron, dio en revisarla paso a paso, acabó por negar que se tratara de un derecho natural y, consecuentemente, por dudar de que el magisterio de los papas fuera tan seguro.

Basculó, simultáneamente, de un entorno familiar falangista al compromiso con la ruptura del orden establecido en la España de Franco sobre la base de la propiedad privada; sus dudas teológicas enlazaron con todas las que se suscitaron en la Iglesia con el 68; publicó un libro que causó gran revuelo en 1972 y acabó apoyando públicamente al Partido Comunista ante las elecciones de 1977. El libro lo explica como indica en el título: como la historia de una conciencia, o de un hombre de conciencia que se plantea problemas capitales y los va resolviendo como cree mejor, y no siempre a su gusto. Es, en efecto, la aventura de una conciencia y, sin entrar en el acierto de las ideas, de una trayectoria simplemente modélica.

Para entender esa aventura desde el punto de vista de las ideas, hacen falta al menos tres claves. Primera: al joven Díez-Alegría no le enseñaron toda la verdad: la doctrina del carácter natural de la propiedad privada sobre los medios de producción es algo que había roto radicalmente la tradición de la teología católica, en un proceso que se resolvió entre 1840 (publicación de la obra principal del jesuita Taparelli d"Azeglio) y 1891 (afirmación de León XIII de que la propiedad privada es un derecho natural, en la Rerum novarum). Ningún Papa lo había dicho antes y, con la muerte de Juan XXIII (1962), ningún Papa volvió a repetirlo después. Muchos católicos, hasta 1840-1891, mantuvieron la afirmación -que está en la patrística- de que la propiedad privada es un mal necesario que deriva del pecado de Adán. Entre 1840 y 1891, el estudio del derecho natural llevó a abandonar esa doctrina, sin advertir que, en medio, entre el siglo XIII y el XVI, se había dado un cambio capital en la teología católica. Es la segunda clave: para Santo Tomás, la ley natural no es algo fijo: si cambia la naturaleza, es normal que cambie la ley natural. El Aquinate no llegó a deducir -pero estaba claro--que, si la naturaleza había quedado lesionada por el pecado, el comunismo originario había dejado de ser ley natural. En el XVI, entre los teólogos escolásticos, se impuso sin embargo la idea (que aún sobrevive en muchos) de que la ley natural es fija e inamovible. La razón es que, así, hay menos problemas... a la corta (y, en el siglo XVI, había el problema enorme de la Reforma). A la larga, el resultado fue una confusión muchísimo mayor que la que se quiso evitar.

Lamet se identifica completamente con el biografiado, siquiera sea como persona que entra en la propia aventura intelectual de Díez-Alegría para entenderla y explicarla. Tiene razón cuando da a entender que hubo continuidad entre la militancia de los Díez-Alegría en aquel grupo de Falange de inspiración fuertemente religiosa y el apoyo del jesuita al Partido Comunista de 1977 (que no tenía que ver con el de 1933). Si acaso, carga la mano en el Régimen, sin advertir que se trataba, en uno y en otro caso -el de aquella Falange y el del PC de 1977- de un totalitarismo idealista y que, por eso, si no racionalmente, sí afectivamente, se entiende que ese paso lo dieran también otros. No hay que olvidar que muchos piensan -a mi entender, con toda razón- que la mayoría de la gente se define políticamente por sus inclinaciones y no por razonamientos. Los teólogos no difieren, en eso, de las demás personas. Y, en todo caso, queda en pie la coherencia de este hombre durante una vida afortunadamente larga.