Ensayo

La isla de Juan Fernández

Miguel Sánchez-Ostiz

27 octubre, 2005 02:00

Ediciones B. 350 pp, 18’5 e.

Miguel Sánchez-Ostiz tiene a sus espaldas una cuarentena de libros entre novelas, poemarios, diarios y ensayos. Escritor sedentario, Sánchez-Ostiz rompe su regla de inmovilidad y se decide a viajar hasta la isla de Robinson Crusoe, Más-a-Tierra, en el archipiélago de Juan Fernández, frente a la costa chilena. En seguida entendemos que el autor cruza el océano para devolverle a Defoe una visita. Por un lado quiere ir en busca del escenario mítico del libro del náufrago que resume todas las epopeyas marinas y engasta en una misma pieza otros libros devorados por el autor: Stevenson, Melville, Conrad, la "fantasmagoría literaria" particular de Sánchez-Ostiz, a quien la literatura del mar descongestionaba de su "vida hipotecada en una ciudad". Por otro, entiende que ir a Juan Fernández es el mejor modo de embestir un distendido ensayo sobre el clásico de Defoe.

Con las aprehensiones y el buen humor de quien ha viajado poco, el escritor hiperculto y muy lector de viajeros viaja para poder relatar la historia de una isla y el encuentro con su mito. Hospedado en la pensión de Brujilda, patea la isla, consulta libros, levanta sospechas de ser un espía de telefónica y nos da a conocer a personajes locales como la Brenda, descendiente de Charpentier, ilustre superviviente de uno de los noventa naufragios registrados en la isla. Gracias a esta obra, fruto de un trabajo ingente y de una vieja pasión, conocemos el pasado y el presente de una isla "de derechas", de poco más de 500 habitantes, arrasada por un maremoto en 1751, utilizada como penal por la Inquisición española, explotadora de langostas durante el XIX, penal chileno después de 1814, y paraíso oficial hoy en día. Conocemos muchas más cosas que sólo un erudito como el autor podría enseñarnos, como la existencia de una novela de Sánchez Mazas sobre un Crusoe "idiotizado" a su paso por Pamplona. Conocemos la historia de Selkirk, el verdadero náufrago, y concluimos el viaje con la conciencia de haber ido al encuentro de los sueños de un niño, el que fue Sánchez-Ostiz.