Ensayo

Tratado de los cuatro modos del espíritu

Amador Vega

17 noviembre, 2005 01:00

Amador Vega. Foto: Archivo

Alpha Decay. Barcelona, 2005. 183 páginas, 20 euros

Después de leer este libro, breve pero intenso, de Amador Vega me he acordado de una crítica vitriólica a la cuarta sinfonía de Mahler, su sinfonía "Celestial", ejercida por un crítico musical judío como el compositor: La sinfonía, decía, debe ser leída como los textos hebreos, comenzando por el final.

Sucede a veces con los críticos inteligentes que, aun cuando puedan ser ácidos, acaban proporcionando un principio hermenéutico de comprensión, y de goce, de lo criticado. Algo semejante sucedió a Wagner con las terribles críticas de Nietzsche. A veces basta, para ello, con convertir el sentimiento de aversión y fobia del crítico en el contrario: en un afecto de profunda complicidad y simpatía. Yo también podría estar tentado de afirmar que este libro de Amador Vega debiera ser leído desde el final, a partir del epílogo, donde el autor da las claves exegéticas de su discurso, citando sobre todo un magnífico texto de Raimundus Lullus (que ya había sido convocado como cita inicial al comienzo del texto). Dice así el comienzo: "Puedes buscar el secreto en cuatro modos: primero a través de uno sensual debe ser buscado otro sensual. Ciertamente, uno sensual puede ser signo de otro, como la forma artificial significa a su maestro. En segundo lugar puede ser demostrado a través de lo sensual lo intelectual... En tercer lugar, a través de uno intelectual puede ser significado otro intelectual. . . En cuarto lugar, a través de lo intelectual se demuestra lo sensual".

En ese epílogo se indican los estímulos intelectuales que han suscitado el discurso, en el que en cierto modo las mejores esencias de la literatura espiritual se destilan: desde Llull y el Maestro Eckhardt, profundamente estudiados, traducidos y editados en lengua española por su autor, hasta Angelus Silesius, sin desdeñar el Islam espiritual de Henry Corbin, o la escuela filosófico-mística de Kyoto, o algún trasfondo filosófico-espiritual del siglo XX (Heidegger y Wittgenstein, sobre todo).
Si en este país hubiese verdadera controversia intelectual, sería deseable que se expresaran los pros y los contras que este libro puede suscitar. Y en particular su peculiar -y original- organización textual. Todo él compone un discurso de hermenéutica espiritual, que a la vez es una fenomenología de la experiencia interior, a través de la cual se traspasa del plano mítico al místico, o de las primeras renuncias y conversiones hasta el máximo encumbramiento hasta los límites de nuestra experiencia y vida, y el necesario descenso, de nuevo, de la cima espiritual al mundo sensible.

La valentía del texto reside en que ese discurso es sostenido por el autor, que sin embargo sólo al final desvela, a través de la referencia a sí mismo, las fuentes de las cuales ha abrevado un texto que las recrea de forma sorprendentemente original.

En un país normal este modo interesante de organizar el texto podría dar pie a discusión. Así como debería producirla la pregunta sobre la legitimidad (quid juris) de este experiencia espiritual que el autor denomina una y otra vez aventura, y que en los capítulos finales se asimila a narración, texto y contexto. ¿Es válido un discurso así, en el que se enlaza de original manera con la filosofía y espiritualidad medieval, o tardomedieval, sin olvidar la tradición espiritual de otras culturas como el Islam o las de Oriente, pero en el que apenas hay referencia alguna (ni se siente su necesidad, dada la particularidad del texto) al pensamiento filosófico de la modernidad, desde Montaigne hasta Derrida, o desde Descartes a Deleuze?

¿Qué estatuto tiene un discurso así, sobre el espíritu, desde el espíritu, en el que, de bello modo, se va circulando de la sensibilidad, y su juego cromático de figuras, hasta el vaciamiento y despojo de una povertà mística que sublima los desgarramientos y las heridas del cuerpo sensible en el sublime vacío del mundus intelligibilis, para después promover, como es canónico en toda experiencia espiritual, -y también filosófica- una retorno al mundo de la sensibilidad, sólo que una vez ha tenido lugar la conversio, con sus cuatro fases sucesivas?

Reconozco que todo texto de itinerario espiritual y filosófico me atrae profundamente, y siento con él siempre una profunda empatía. Me pasa con la obra mayor de Buenaventura, su célebre Itinerario, o con la Fenomenología del espíritu de Hegel. Algo semejante me sucede con las narraciones formativas, sean novelescas, como en Goethe, u operísticas, como en Mozart (Die Zauberflöte) o Richard Strauss-Hoffmanstahl (La mujer sin sombra).

A quienes no tienen prejuicios y saben gozar de una realidad espiritual que día a día demuestra su necesidad, su exigencia, en tiempos en que desde muchos frentes se pretende negar su existencia, este libro es un verdadero regalo.