Ensayo

Ante un mundo roto

Manuel Ballesteros (dir.)

1 diciembre, 2005 01:00

En este ensayo se analizan las razones para la desesperanza de autores como Sábato. Foto: Julián Martín

Soc. de Filosofía de la Región de Murcia. Fund. Univ. S. Antonio. Murcia, 2005. 226 págs.

Antes de nada, advertiré que este libro tiene un subtítulo que dice "Lecturas sobre la esperanza. Esto es fundamental: no nos hallamos ante un nuevo dictamen acerca de los males de nuestro tiempo, sino ante el paso siguiente que es necesario dar: en esta situación, ¿cabe tener esperanza?

Los nueve filósofos coautores de este volumen, en vez de echar su cuarto a espaldas, tienen la prudencia de preguntarse -cada uno de ellos- cómo tuvo esperanza alguien que pensó y escribió sobre la desesperanza: Manuel Ballesteros glosa El misterio del ser (1950-1951) de Gabriel Marcel; José Belmonte se refiere a La sonrisa etrusca (1985) de José Luis Sampedro; Feli Merino habla de La resistencia (2000) de Ernesto Sábato; Emilio Bea trata de Raíces del existir (1949) de Simone Weil; Enrique Ujaldón se zambulle en la Teoría de los sentimientos morales de Adam Smith; José Luis Villacañas -avezado en la mejor historia del pensamiento político- se ocupa sin embargo de San Manuel Bueno, mártir (1931) de Unamuno; José Antonio Fernández López, de Yo, otro: Crónica del cambio (publicado en España en 2002) de Imre Kertész; Pedro Medina, de Geometría de las pasiones (1991) de Remo Bodei, en tanto que Higinio Marín deja de presentársenos como el gran estudioso de Aristóteles y de la tradición filosófica griega que es y reflexiona sobre Utopía y desencanto, de Claudio Magris (editado en castellano en 2001).

Cada uno de los autores de este libro y cada uno de los autores de los libros en que se apoyan son hijos -permítaseme decirlo así- de su padre y de su madre; de manera que no se puede hablar de un discurso común. Lo común es que indagan sobre las razones que puede haber para tener esperanza y que lo hacen sin caer en la moralina. Claro es que las respuestas son, por tanto, distintas. Pero llama la atención la posibilidad de hilvanar estas ideas, que, entre otras muchas, aparecen diseminadas en el libro: Para tener esperanza (primera idea), es necesario necesitarla, o sea que sólo se espera cuando no se tiene lo que se quiere tener, por tanto en el dolor (en cualesquiera de la infinitas formas en que se puede sentir dolor). Ahora bien (segunda), si, en una situación dolorosa, alguien escribe un libro (como hicieron ocho de los nueve citados, si excluyo a Adam Smith, a quien no se le nota dolor alguno), es porque quiere comunicarse, y comunicar el dolor es revelar que -aunque sea inconscientemente- uno tiene esperanza. Incluso el que escribe para decir que no hay esperanza, espera ser comprendido, si es que no espera, además, ayuda. Si no, no escribiría. Por tanto (tercera), la verdadera desesperanza sólo se puede dar cuando uno se aísla. Porque (cuarta) una cosa es aislarse y otra muy diferente el silencio de quien no expresa su dolor para no provocar dolor. Ahora bien, esto último quiere decir (quinta) que puede que sea yo la esperanza tuya, vuestra, porque lo que aseguro es que tú, vosotros, sois mi esperanza. Cosa que no es sino un aspecto principal (sexta) de un hecho bien sabido y es que cada uno de nosotros es constitutivamente interpersonal, intersubjetivo: soy yo siéndolo en ti, en vosotros, en aquellos que sé que existís (o que habéis existido y cuya memoria mantengo, añadiría Walter Benjamin desde el más emotivo de los materialismos que se haya podido dar en la historia de la filosofía). Pero, en tal caso (séptima idea), para que seáis mi esperanza, tengo que ser consciente de los límites de mi poder y -también- de los límites de mi conocimiento: ni el futuro va a ser obra mía -exclusivamente de mi poder, por más que lo intente-, ni soy capaz de conocer lo que sucederá (porque no depende sólo ni siquiera principalmente de mí). Como contrapartida (octava idea), esa misma intersubjetividad que me convierte en la posible solución de tu dolor o de vuestro dolor hace que de ninguna forma me reduzca a esperar pasivamente, sino que la esperanza me lleve a desarrollar cuanto pueda mi capacidad imaginativa -más bien, inventiva (inventiva de soluciones)- para vuestro dolor (que, al cabo, es el mío). Ya se ve que vale la pena leerlo.