Desertores. La guerra civil que nadie quiere contar
Pedro Corral
23 marzo, 2006 01:00Juan Pujol, el desertor más famoso. Ala izda., decreto del gobierno vasco contra los autolesionados para desertar
Aunque las promociones editoriales dispensan generosamente los rasgos de originalidad o perspectiva inédita a obras que no llegan a tanto, debe reconocerse que en este caso no anda muy desacertado el provocador subtítulo de "la guerra civil que nadie quiere contar".
En la extensa relación de episodios conmovedores que se suceden en estas páginas sólo aparecen grandes nombres de soslayo y de modo predominantemente negativo, porque Corral destaca la insensibilidad hacia el sufrimiento que se da tanto en políticos como en militares de ambos lados. Al autor le interesan las vicisitudes cotidianas y ese pueblo de verdad que en los discursos de las elites era mera entelequia o, peor, simples números llamados a desempeñar calladamente el trágico papel que se les había asignado. Sin embargo, la gran mayoría no entendía de ideales políticos ni banderas, ni que por ellas tuvieran que matar o morir.
Movilizados a la fuerza, presos de un destino sombrío -"a mí la guerra me cogió en..."-, soldados por terror, conducidos a ser carne de cañón, ¿qué tiene de extraño que cientos de miles de hombres optaran por jugárselo todo a la carta de la libertad?
En las consideraciones habituales sobre la guerra civil sigue pesando mucho el trasfondo épico: el miliciano heroico, las proclamas grandilocuentes, el arrojo de un pueblo que, como sintetizaba Pasionaria, prefería "morir de pie que vivir de rodillas". Pero, como dice Corral, muchos españoles eligieron otra opción: dar la espalda a la trinchera, por miedo, asco, lazos familiares o una mezcla de todo. Prefirieron el riesgo de morir de espaldas, del mismo modo que muchos se disparaban en el brazo o la pierna para ser evacuados. Refractario a las dos Españas, un tercer "ejército invisible" optaba por alejarse de un frente que no era el escenario grandioso que pintaban los doctrinarios, sino una inmensa fosa en la que se pasaba frío hasta la congelación y hambre hasta la extenuación, entre barro, mierda, sarna y piojos. Hasta que llegaba un infierno de bombas y metralla.
En un tema tan trillado como la guerra civil, Corral demuestra que no todo está dicho, pese a una bibliografía ingente. Es cierto que dentro de ésta existe bastante información sobre los desertores, pero no un tratamiento sistemático y una visión de conjunto. De hecho, esta obra guarda gran parecido con A ras de suelo, del hispanista Michael Seidman (2003), una historia social de la contienda limitada a la zona republicana. Hay también un tono que recuerda mucho a la síntesis de Bennassar (El infierno fuimos nosotros, 2005), por su hincapié en la brutalidad de ambos bandos, sin maniqueísmos o coartadas ideológicas. Es verdad que este libro no tiene el bagaje bibliográfico de los citados, porque Corral no es historiador profesional y, en este sentido, parece que el autor opta por un perfil bajo, con un cuidado exquisito en no traspasar el ámbito de los datos concretos: es ahí donde el autor se mueve a sus anchas, porque ha recopilado una información impresionante, en gran parte inédita, a partir de archivos y entrevistas. Y al final esa contención resulta ser una de las grandes bazas del libro, que se lee como fiel testimonio de unos años terribles y como suma de pequeños relatos, siempre trágicos y a menudo sorprendentes.