Trotsky. Memoria de un revolucionario permanente
Leon Trotsky
6 abril, 2006 02:00Trotsky, retratado por Diego Rivera
Lev Davidovich Bronstein (1879-1940), León Trotsky, escribe su autobiografía en 1930, diez años antes de ser asesinado por Stalin. La redacta en Constantinopla, tras su deportación de la Rusia soviética. Estas circunstancias son determinantes en la concepción y el enfoque del libro.
En este contexto de difamación personal, de distorsión de su papel en la Revolución y en la Guerra Civil, de manipulación de su actuación política, ataques todos ellos sustentados en supuestas traiciones a Lenin, fue alumbrado y redactado el volumen. La obra es un alegato en defensa de sus posiciones y de la actividad desarrollada como profesional de la revolución. Desde una orgullosa autonomía individual en el ámbito del análisis político, sostiene, aportando incontables pruebas, la coincidencia casi completa con las valoraciones de Lenin a lo largo del periodo de más de veinte años en que mantuvieron relación, sin por ello obviar las discrepancias, algunas de cierto calado, y errores, como el de su apreciación sobre los mencheviques o la forma de abordar la paz con los imperios centrales en 1917-1918. En contraste, destaca la confianza que el líder le otorgó para ponerse a la cabeza de la delegación soviética en esas negociaciones de Brest-Litovsk y al frente del naciente Ejército Rojo, llevando la dirección de las operaciones en la Guerra Civil, periodo decisivo para asegurar la revolución.
Al final de su vida, Lenin comprendió el peligro que suponía el bloque encabezado por Stalin y se propuso liquidarlo políticamente nombrando sucesor a Trotsky, pero la enfermedad del primero, la habilidad para la intriga del segundo y la inmensa capacidad del tercero para labrarse enemigos, frustraron los planes. La explicación de Trotsky sobre las causas de por qué se le escapó el poder son rebuscadas, las enmarca en un proceso de reacción y declive del impulso revolucionario y de los intereses pequeño burgueses de la nueva casta dirigente, de la que Stalin no sería más que una expresión, algo que entra dentro de la lógica de quien cree que existen "leyes racionales de la historia".
Lo cierto es que Trotsky representaba un formidable obstáculo para los designios de Stalin por su prestigio, su capacidad de arrastre sobre una gran parte de la masa del partido y porque realmente era el heredero del leninismo. Sin embargo, como el propio Lenin manifestó en su testamento, el gran defecto de Trotsky era el exceso de confianza en sí mismo, lo cual, unido al desprecio que sentía hacia Stalin, al que consideraba mediocre e incapaz, comportó su tumba política y personal.
Aparte del drama de la vida de un profesional de la revolución, el lector encontrará en esta obra numerosos retratos de personajes, vicisitudes y reflexiones, entre las que sobresalen manifestaciones que estremecen por su rotundidad y alcance: "El sentimiento de primacía del todo sobre las partes, de la ley sobre el hecho y de la teoría sobre la experiencia personal empezó a desarrollarse en mí desde muy temprano y no ha hecho más que afirmarse con el transcurso del tiempo". Asertos de este calibre, unidos a sus afirmaciones sobre el uso de la violencia física como instrumento de progreso, de la revolución como una lucha a vida o muerte y la expresión de su admiración por la labor de Dzerzhinsky en la Cheka, significan que la monstruosidad del sistema comunista no es producto de la adulteración estalinista, sino consecuencia de la propia doctrina revolucionaria y su concreción en la dictadura del proletariado, cualquiera que fuera el conductor de la misma. Los casos de otros "paraísos comunistas" no hacen más que confirmar esta conclusión.