Ensayo

Dejando atrás los vientos. Memorias 1982-1991

Alfonso Guerra

27 abril, 2006 02:00

Alfonso Guerra. Foto: Jaime Villanueva

Espasa. Madrid, 2006. 384 páginas, 20’90 euros

La lectura de unas memorias es, posiblemente, una de las maneras más inteligentes y elegantes de dar satisfacción a ese aspecto de nuestra personalidad que nos lleva a tratar de meternos en la vida de otra persona, para saber de su intimidad.Lo que las sitúa en el otro extremo del torpe y puro voyeurismo es que se trata de asomarse al mundo de esa otra persona guiados por ella misma.

Dentro de ese género literario, las memorias políticas tienen un extraordinario interés y son de gran utilidad para la reconstrucción del pasado histórico. Los historiadores tienen, a través de ellas, una perspectiva diferente sobre el proceso de toma de decisiones políticas, que no podría ser obtenido con la consulta de documentos convencionales o de la prensa, que son las fuentes más habituales en la reconstrucción del pasado. El hecho de que W. E. Gladstone escribiera un diario desde que tenía dieciséis años hasta que cumplió los ochenta y siete ha sido una formidable ayuda para conocer su vida y entender mucho mejor la Inglaterra victoriana.

Lo mismo ha ocurrido en la historia de España y, por poner un ejemplo, el conocimiento de la segunda República debe mucho a los diarios de Manuel Azaña -que se conocieron incompletos a partir de 1968, pero no se pudieron leer íntegros hasta 1997- o a las memorias de Miguel Maura (1966), Indalecio Prieto (1967), Gil Robles (1968), Joaquín Chapaprieta (1971), Alcalá-Zamora (1977), Diego Martínez Barrio o Manuel Portela Valladares, ambas de 1988, por citar los testimonios de políticos muy caracterizados de aquel periodo. Mucho más extensas serían, probablemente, las relaciones de títulos que podrían ofrecerse para conocer la guerra civil o la larga dictadura franquista.

Es comprensible que las épocas más cercanas carezcan todavía de testimonios de esa clase pero el segundo tomo de las memorias de Alfonso Guerra, que continúa el relato autobiográfico que ofreció en el 2004 sobre los primeros cuarenta y dos años de su vida, es una aportación de primera magnitud para conocer el periodo que va desde la formación del primer gobierno de Felipe González, en diciembre de 1982, hasta la dimisión de Guerra, como vicepresidente del Gobierno, en los primeros días de enero de 1991. Ocho años en la que España experimentó una profundísima transformación en muchos órdenes.

Había escasos testimonios sobre aquellos años -cabe recordar las memorias publicadas por Carlos Solchaga en 1997- y, en espera de que Felipe González publique las suyas, las que ahora ofrece Guerra ocuparán un lugar de preferencia en la explicación de aquel tiempo.

En un texto que tiene un fuerte carácter personal -el autor deja constancia expresa de que no se ha servido de ningún "negro"- y está escrito con elegancia e intención, no siempre buena, hay un pasaje que se repite literalmente en dos ocasiones y que, no por casualidad, parece responder a lo que es una convicción central en el autor. Es aquél en el que se lee: "Oigo muchas veces decir que el político está al servicio de los ciudadanos. Esa declaración no me apasiona. Claro que hay que servir a los ciudadanos, pero mi objetivo es otro: yo quiero cambiar las cosas."

Las memorias que publica Alfonso Guerra son, en buena medida, la descripción de cómo se intentó ese cambio, desde el interior de un Gobierno que tuvo que enfrentarse a fuertes resistencias exteriores, pero también a tensiones internas procedentes del difícil ajuste de actitudes políticas que no siempre parecían encajar bien. Por una parte entre el Gobierno y el partido que lo sostenía y, de otra, por las tensiones que surgirían entre el Gobierno y la central sindical UGT.

Guerra ofrece en estas páginas una mirada nueva sobre imágenes y explicaciones que llegaron a convertirse en lugares comunes durante aquellos años. Sus aficiones literarias, sus conversaciones con poetas, o la distancia irónica con respecto a ciertas situaciones acercan al lector a un Alfonso Guerra que resultará sorprendente para muchos, y que tal vez parezca responder a la construcción de un personaje por quien tan aficionado es al teatro. La lectura, en todo caso, habrá merecido la pena.