Ensayo

H. P. Lovecraft. Contra el mundo, contra la vida

Michel Houellebecq

27 abril, 2006 02:00

Michel Houellebecq. Foto: Kai Juenemann

Traducción de Encarna Castejón. Siruela, 2006. 126 páginas, 16’90 euros

Éste es un libro para los gimnastas del pesimismo, para los apologetas de lo insólito, para los neurotizados en una visión crepuscular. Un libro en que, literariamente, Houellebecq redime a Lovecraft de la órbita pulp fiction, del club de los escritores menores y amanerados en que lo metió Borges, y construye un personaje fascinante donde se unen lo insólito de un terrible mundo psíquico con un inteligencia de primera magnitud.

No es una biografía al uso, ni un estudio pormenorizado, sino que tiene la violencia del panfleto y la indagación personal del ensayo. Y sobre el que planea además una pregunta no carente de importancia: ¿éste es un libro de Houellebecq sobre Lovecraft o sobre Houellebecq? Incluso aunque fuera esto último, está claro que el Lovecraft que aquí aparece es tan poderoso y tan depurado que, al igual que hiciera con él Joyce Carol Oates, ya representa muchas de las obsesiones contemporáneas.

El autor de La posibilidad de una isla demuestra que Lovecraft nos habla de nuestras propias pesadillas como si fueran nuestro espejo más verdadero, y frente al terror intelectualizado de muchos escritores construye un tipo de terror muy moderno por su deriva cósmica, materialista y cruel. él, que extendió su odio al mundo a una repugnacia hacia la vida moderna, supo ver como nadie que en la moderna ficción el realismo (si lo hay) debe ser inquietante, de carácter alucinado. Pero que la imaginación debe contener la geografía de lo humano, aunque lo humano se reduzca a una mota de polvo en la polvareda del universo. En cualquier caso, lo que Houellebecq formula es que para crear esta literatura uno debe de estar provisto de un talento mayor y que, como dijo Martin Amis de Ballard, cuanto más lejos se arrojan las muletas de la verosimilitud, mayores deben ser los recursos de estilo y de ingenio.

Frente a una parte de la crítica que vio en el estilo de Lovecraft un regusto arcaico y una sintaxis pasada de moda, Houellebecq prefiere situarlo en lo que podríamos denominar su aristrocratismo. Esto es, su forma de desvincularse de las modernas tendencias y su forma de crear una reacción ante la degeneración social y cultural. Pero su estilo está más vivo de lo que parece, y bulle en él todo ese entramado mental, extraño y sugerente, de quien hace del estilo una proyección propia. La prosa de Lovecraft echa mano de todo, incluso de la certeza de que la utilización del vocabulario científico puede constituir un extraordinario estimulante de la imaginación poética, aunque sabe que la ciencia no era sólo la física sino también la lingöística. Resulta revelador en este sentido cómo se sirve de la ciencia para crear un estilo gélido, un estilo que describe la realidad con la frialdad de una disección.

Aquel hombre de carácter patológicamente reservado, sobreprotegido en su infancia, acosado por la locura que se llevó por delante a sus padres, practicante de un antierotismo que tenía que ver con su fracaso matrimonial, creador de ciudades de pesadilla que se inspiran en el Nueva York que conoció en 1925 cuando su mujer pierde el empleo y ve la otra cara del decorado (la ciudad moderna como una entidad macabra y onírica) es saludado por Houellebecq como el fundador de un mito.

El personaje de Lovecraft fascina aunque sólo sea porque, aun reconociendo en él una profunda aversión a la vida sólo comparable a su aversión por el dinero, la democracia o el progreso, se comportó siempre como un gentleman, educado y cortés. Pero lo verdaderamente singular fue que supo transformar las percepciones ordinarias de la vida en la fuente inagotable de sus pesadillas, y lo hizo en silencio porque toda su vida fue ignorado por la sociedad literaria norteamericana. La esencia de su mito es hacernos creer que nada tiene sentido, que vivimos atrapados en medio de fuerzas devastadoras. Lovecraft atraviesa las fronteras y vuelve de sus viajes alucinados para traernos una amarga verdad: Sí, algo se oculta detrás del telón de lo real, pero es algo innoble.

Alfonso Grosso
J. M. de la Rosa. Fundación Lara. 210 págs., 16 e.

El éxito de su primera novela, La zanja (1961), y su terrible final (alcoholizado, con intentos de suicidio e ingresos en clínicas psiquiátricas) enmarcan la terrible y apasionada vida del sevillano Alfonso Grosso (1930-1995), que describe uno de sus más íntimos enemigos, Julio Manuel de la Rosa. Implacable al describir con precisión de cirujano sus debilidades e imposturas, De la Rosa describe con sorna la detención de Grosso por la policía franquista, sus polémicas sobre el realismo, al tiempo que analiza sus novelas de éxito con tanto conocimiento como respeto y talento.


María Teresa León
VV. AA. Fundación Autor. 252 págs., 12 e.

Se autodenominaba "la cola del cometa" pero, más allá de ser la esposa de Alberti, Maria Teresa León fue una mujer extremadamente rica en matices, sólida, inteligente. Recorremos su figura y su trayectoria -cuajada de novelas, cuentos, ensayos, biografías y obras de teatro- gracias a esta cuidada publicación que congrega en sus páginas a trece autores, entre ellos Almudena Grandes, Ricard Salvat y Luis Muñoz. Dos fueron sus grandes pasiones, Alberti y la política. Todo ello marcó su vida y su obra, recordadas en esta obra donde merecen mención especial las fotografías.