Los siete pecados capitales: del imperio alemán en la I guerra mundial
Sebastian Haffner
1 junio, 2006 02:00Así ridiculizó Inglaterra al Kaiser Guillermo
El ensayista e historiador germano Sebastian Haffner (1907-1999) es conocido del público español por su Historia de un alemán y una espléndida biografía de Churchill. En 1964, con ocasión del 50 aniversario del comienzo de la I Guerra Mundial escribió un breve ensayo desmenuzando los errores de Alemania en aquella contienda.
Esos vicios se agravan con la prepotencia, tercer gran pecado, que lleva a desafiar al mismo tiempo a Francia y Rusia por la hegemonía continental y a Inglaterra por la hegemonía mundial y, por si fuera poco, a sumar a esa nutrida lista de enemigos un país tan poderoso como los Estados Unidos. Una prepotencia que tiene su continuidad en el aspecto moral (cuarto pecado), como pone de relieve no ya la falta de respeto sino el avasallamiento de países neutrales o, en otro orden de cosas, la quimérica confianza en la guerra submarina o el temerario experimento de bolchevización en Rusia.
El quinto vicio es el voluntarismo en su peor inclinación, el que se deja llevar por los deseos (desmedidos) y no por el reconocimiento de las circunstancias. Sólo así se explican una serie de decisiones descabelladas en el transcurso de la guerra que no hicieron más que menoscabar la ya complicada posición de las fuerzas imperiales. El sexto pecado vendría a ser la consecuencia natural de todo lo anterior, el establecimiento de una relación equivocada con el entorno, que conduce al último y definitivo, nada menos que "la cobardía alemana frente al ejercicio de la razón". El lector que haya aceptado hasta aquí el examen empírico de Haffner se encontrará así con un postulado esencialista de más difícil admisión, y más cuando en un epílogo a todas luces desenfocado insista el autor en el paralelismo entre la República Federal alemana del momento (1964) y el Imperio alemán de medio siglo atrás, dictaminando con notoria exageración que nada han aprendido los alemanes de los errores del pasado y "nada ha cambiado desde entonces" (p. 164).
Estamos ante un libro curioso por ese contraste entre la clarividencia con que Haffner analiza los acontecimientos del pasado y la actitud visceral y algo masoquista con que examina su presente. La contraposición resulta aleccionadora para entender por qué los historiadores insisten tanto en la necesidad de una perspectiva cronológica. Lo cierto es que en un segundo epílogo, escrito 17 años después, el autor reconoce que aquellos paralelismos entre 1914 y 1964 han perdido su vigencia, aunque sigue creyendo que estaban justificados en su momento. Haffner quizás está demasiado obsesionado en buscar rasgos de un "carácter alemán" por debajo de regímenes tan distintos como los de Guillermo II, Hitler y Adenauer (p. 175).
La traducción presenta algunos descuidos, como ese Antwerpen (p. 40), que en castellano se dice Amberes, y una horrenda proliferación de erróneos status quo en vez de statu quo (pp. 42, 49, 51, 57, etc.)