Ensayo

Baudelaire. Juego sin triunfos

Mario Campaña

13 julio, 2006 02:00

Baudelaire. Dibujo de Grau Santos

Debate. Barcelona, 2006- 365 pàginas, 20 euros

La hagiografía, la leyenda, el anecdotario: tales son los peligros contra los que se previene el autor de esta biografía al principio de la misma. Con todo, no parece fácil evitar cierto tratamiento hagiográfico de quien se quiso santo o, alternativamente, preconizador de una moral original de clara inspiración teológica; o esquivar la leyenda y el anecdotario de un personaje que dedicó buena parte de su existencia a inventarse a sí mismo bajo los papeles sucesivos de dandy, escritor y precursor estético y moral, frente a una realidad empeñada en rebajar lo más posible sus pretensiones: sobre el dandy recayó una temprana curaduría legal que le impidió disponer libremente de sus bienes; el escritor tropezó con la indiferencia del público, la mezquindad de muchos editores y la propia dispersión derivada de su carácter y condiciones de vida; y el precursor apenas si consiguió levantar la voz en una sociedad que seguía aceptando la premisa biempensante del "arte útil" y rendía culto al "padre" Hugo y su romanticismo moralista y positivo.

A una existencia como ésta, intuimos, no le sienta mal su ración de anécdotas, sus pinceladas de leyenda, o esa clase de simpatía apasionada que puede rozar lo hagiográfico. Por eso este libro, afortunada-
mente, no logra sustraerse del todo a esos presuntos peligros. La propia tesis de la que parte -la profunda imbricación del biografiado en las circunstancias políticas y sociales de su tiempo- parece apuntar a redimir al autor de la imagen de inveterado misántropo reaccionario que le han ganado algunos de sus escritos. Es decir, si no un santo, si fue, al menos, un revolucionario, que en los tiempos que corren es casi lo mismo. Baudelaire, arguye convincentemente el autor, acusó el clima político de la Francia de su tiempo, participó con entusiasmo en la revolución de 1848 y se sintió decepcionado con la "vuelta al orden" que supuso la llegada al poder de Napoleón III. Lúcidamente, supo ver que esta involución contaba con la aquiescencia mayoritaria de la ciudadanía, que eligió presidente al Bonaparte y ratificó en plebiscito su golpe de estado y el fin de la república. De ahí su odio a esa democracia falaz, negadora de sí misma, y a los valores a ella aparejados; odio reforzado, en fin, por la lectura de otros dos grandes críticos precoces de la modernidad: su compatriota Joseph de Maistre y el norteamericano Edgar Allan Poe.

La tesis está defendida con brillantez y prepara el clima para el que parece el momento culminante de la vida de Baudelaire: el proceso judicial abierto contra la publicación de Las flores del mal. Si hubo algo de santo en el poeta, qué duda cabe de que este episodio supone su apoteosis y su martirio. Un martirio insidioso, burocrático, urbano y moderno, adecuado a este teórico de la modernidad y de sus encantos y peligros.

Frente a la brillantez con que está expuesta, documentada y sostenida esta tesis central y los episodios que a ella atañen, los preliminares (la infancia y juventud del poeta) y la coda final (un largo epílogo de deudas y proyectos inacabados) quedan inevitablemente oscurecidos. Lo mismo les pasa a algunos personajes que la leyenda baudeleriana oficial quiere importantes: el padrastro, que aquí queda retratado como un personaje comedido y distante; la madre, a la que el poeta dedica sus últimas explosiones de cólera, poco antes de morir; o la prostituta Jeanne Duval, de cuya duradera relaciónapenas se dan detalles (quizá porque no los hay). Sin embargo, de esta parquedad anecdótica emergen reforzados algunos personajes, como el probo Poulet-Malassis, editor de Las flores…, o los jóvenes que le profesaron tempranamente admiración al poeta. De ese magro reconocimiento somos deudores. También, de la leyenda. Que emerge con más fuerza cuanto más se limitan, como en este caso, sus elementos accesorios.