Ensayo

La estética como ideología

Terry Eagleton

13 julio, 2006 02:00

Terry Eagleton

Traducción de G. Cano y J. Cano. Trotta, 2006. 520 páginas, 30 euros

Profesor de Teoría Cultural en la Universidad de Manchester, Terry Eagleton (Salford, Inglaterra, 1943) es considerado el teórico cultural marxista más relevante de Reino Unido. Se doctoró en Cambridge a los 21 años, y aunque comenzó su carrera estudiando la literatura de los siglos XIX y XX, se ha decantado por criticar la deconstrucción y otras modas del pensamiento actual, al tiempo que define al intelectual que pretende ser formador de opinión como "una casta rara y perpetuamente amenazada".

Terry Eagleton (Salford, 1943) siempre ha creído que, bajo los adoquines de un materialismo histórico prematuramente envejecido, pervivían las frescas playas de un materialismo dialéctico e irónico, eficaz intérprete del presente. A quienes tras la caída del muro de Berlín proclamaron, junto con la extinción del socialismo real, el fracaso de todo ideario de inspiración marxista, se apresuró a replicarles con este monumental trabajo, publicado en 1990, en el que ofrece un amplio análisis del surgimiento y desarrollo de la estética desde su compromiso inicial con las expectativas emancipatorias de la sociedad burguesa hasta su neutralización política en el mundo contemporáneo.

No se trata, pues, como él mismo avisa, de una simple historia de la estética. El despliegue de la disciplina, la constitución misma de un discurso que comienza hablando del cuerpo, del ámbito entero de la percepción sensible, y sólo después se especializa como teoría del arte, son contemplados por este prestigioso crítico británico como síntomas de la ambigöedad inherente a la ideología que los alimenta. Su tesis es que si la estética adquiere tanta importancia en la Europa ilustrada es porque, al hablar de arte, habla también de todas esas cuestiones (libertad, autonomía, autodeterminación, etc.) que constituyeron el núcleo de la lucha de la clase media por alcanzar la hegemonía política. Liquidado el absolutismo, la burguesía buscó sus mecanismos de legitimación en un poder no impositivo, que apelara a la sensibilidad antes que a principios racionales abstractos. El territorio del arte, con su recién conquistada autonomía frente a la iglesia y la corte, vino a configurar entonces un espacio indeterminado, libre también de las exigencias de la nueva racionalidad científica, donde el sujeto podía desplegar una actividad lúdica e imaginativa. Funcionando como mediadora entre sensación y concepto, entre lo particular y lo universal, la experiencia estética suministró modelos para perfilar al nuevo sujeto moral y anticipar imágenes de su utopía realizada. El recorrido que Eagleton detalla, de Shaftesbury o Burke a Kant y Schiller, así lo testimonia. No obstante, el libre juego autorreferencial del arte serviría también para desvincular la promesa estética tanto de su cumplimiento efectivo como de su contraste con la crítica racional, según una tendencia que se iría acentuando cada vez más, de Schopenhauer a Heidegger, hasta culminar en la sociedad de consumo posmoderna, donde su carácter contestatario pierde toda función social sustantiva.

Pero si la noción marxista clásica de ideología subrayaba su condición de mentira interesada, Eagleton recuerda su momento de verdad como actividad conformadora de mundo, sin renunciar por ello a mostrar sus contradicciones. Tal es la ambigöedad de la estética como ideología: expresión de las insuficiencias del mundo existente, pero también protesta contra ellas. El interés de Eagleton en destacar ambos momentos se comprende mejor a la luz de su propia posición en el contexto de debate de la teoría literaria y social de las últimas décadas. Eagleton señala aquí este límite de la deconstrucción para repensar la estética en términos materialistas, otorgando centralidad al cuerpo como lugar de las inscripciones sociales. Al igual que otros marxistas contemporáneos como Jameson o Börger, rescata muchos motivos de la escuela de Frankfurt, tratando de sustituir su pesimismo por un tratamiento más irónico y desenfadado de la crítica, inspirado en Brecht, Bajtin y Benjamin.

De todos estos aspectos da cuenta la esclarecedora introducción de Ramón del Castillo y Germán Cano, en rigor un amplio ensayo que desbroza toda la trayectoria de este incisivo profesor de Teoría Cultural en Manchester y que, dada la fecha algo lejana de la edición original del libro y los importantes textos publicados con posterioridad por él -Ideología, Las ilusiones del posmodernismo, La idea de cultura, etc.- resulta un valioso complemento a esta excelente edición castellana.