Image: El atroz desmoche. La destrucción de la universidad española por el franquismo

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Ensayo

El atroz desmoche. La destrucción de la universidad española por el franquismo

Jaume Claret Miranda

28 septiembre, 2006 02:00

Salvador Vila, Rector de Granada, asesinado durante el franquismo: Foto: Crítica

Crítica. Barcelona, 2006. 523 páginas, 27’90 euros

Lo del "atroz desmoche" es una expresión de Laín Entralgo en su Descargo de conciencia, el ajuste de cuentas -empezando consigo mismo- que el antiguo falangista ofreció tras la muerte de Franco y no en 1970, como se indica en la cita inicial del libro. El error del dato es relevante en este caso.

En números, ese desmoche significaba, según un oficio del subsecretario de Educación Nacional de diciembre de 1946, que de los 540 catedráticos que había en la universidad española en el escalafón de 1935, 97 estaban separados del servicio. Eran víctimas de la represión franquista entre los docentes universitarios a las que habría que sumar una parte, mucho más difícil de estimar, de los 100 que habían muerto y de los 93 que habían sido jubilados en ese periodo. No parece exagerado suponer que casi un 40 por ciento del profesorado universitario sufrió la depuración que se inició a los pocos meses del inicio de la guerra.

De todas maneras, estos apresurados intentos estadísticos no dan una imagen suficiente de lo que significó la depuración en el ámbito universitario. Para quienes creemos que el corazón de la universidad es su biblioteca resulta amargo saber del expurgo de libros, de su quema directa, y del cierre de las fronteras para la adquisición de libros nuevos y estar en contacto con otras universidades. Se interrumpió así el proceso de renovación en el que venían trabajando algunos sectores del profesorado, como los relacionados con la Institución Libre de Enseñanza, que alentaría la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas. No fueron los únicos. La Fundación del Amo desarrolló una importante tarea en la concesión de becas, y estuvo en el origen de la Ciudad Universitaria madrileña, inspirada en las universidades americanas, que Alfonso XIII patrocinaría con entusiasmo. La universidad empezaba a dejar de ser, cuando estalló la guerra civil, una máquina de expedir títulos, y no resulta exagerado que el ministro Sáinz Rodríguez, calificara el exilio de profesores como "uno de los más graves problemas que la guerra civil había planteado a la cultura española" y lo comparara con la pérdida que supuso la salida de los afrancesados de España.

El autor describe los pormenores de esta represión en las diversas universidades españolas por medio de mucha documentación original, de publicística de la época y de una bibliografía en la que aparecen títulos de valor y credibilidad muy desigual que ofrecen una imagen necesitada de matices. El autor parece empeñado en sugerir que había un proyecto consciente de usar la violencia para imponer el régimen, lo que no es novedad tratándose de una dictadura, aunque tal vez exagere algo en la premeditación del hecho, con insistencia en que "no fueron casuales" algunos hechos como la relación entre la deposición de Unamuno y el asesinato de Salvador Vila, rector de Granada. Ese empeño termina por dar una visión demasiado contrastada de la realidad. Por poner el ejemplo de Ramón Carande, que el prologuista usa como argumento de autoridad, se podría contar que, si fue uno de los que llevó el féretro de José Antonio en su traslado desde Alicante y formó parte del Consejero Nacional de Falange, de lo que el autor no da ninguna explicación, se debió a que un discípulo suyo falangista le proporcionó aquel "paraguas" para protegerlo y poder reintegrarse a la cátedra. También se podría hablar de la amistad de Carande con el cardenal Segura, prototipo del nacional-catolicismo que tanto se denuncia en el libro. Sería la oportunidad de entrar en esas zonas de claroscuro que pueden hacer apasionante el relato histórico. A los historiadores no nos corresponde la denuncia, ni la justificación, de lo que hicieron los hombres del pasado. Simplemente, como dijo Ranke, contar la historia "como ocurrió entonces". Eso sí, con el mayor acopio de documentos posibles.