Simulacros. El efecto Pigmalión: de Ovidio a Hitchcock
Victor I. Stoichita
28 septiembre, 2006 02:00Así vio Jean-Leon Gérôme el mito de Pigmalion
En este admirable ensayo, Victor Stoichita, catedrático de Historia del Arte en la Universidad de Friburgo, hace de nuevo gala de su talento para desvelar en las obras de arte sus vínculos con la literatura, las creencias y la historia de la ciencia. Como en su Breve historia de la sombra (Siruela, 1999), parte de un "mito de fundación" -la narración ovidiana- y traza un recorrido desde la Antigöedad al siglo XX persiguiendo las "reverberaciones" del mito en miniaturas medievales, pintura, escultura, fotografía y cine. Stoichita es intelectualmente ambicioso, y osado a la hora de aventurar interpretaciones. En ocasiones es posible que el lector (y especialmente el historiador ortodoxo) piense que ha ido demasiado lejos, pero no podrá negar que sus teorías -o la manera en que elabora las aportaciones de otros- son extremadamente sugerentes y que enriquecen nuestro entendimiento de la tradición artística.El efecto Pigmalión demuestra la persistencia, desde la Baja Edad Media, de la noción de simulacro -tan importante tras Deleuze y en la realidad virtual-, que lleva la mímesis al límite entre el arte y la realidad. Pero no es sólo una disquisición estética; en último término, esta historia de la "animación" amorosa de lo inerte revisa las concepciones sobre la esencia de la vida que se han sucedido en el pensamiento occidental. Y sabremos, al finalizar la apasionante lectura, que la vida se ha hecho depender de un transporte de fluidos: sanguíneo, nervioso y eléctrico.
Stoichita comienza analizando los versos en que Ovidio, a cuento de la petrificada Eurídice, recuerda la dicha de Pigmalión que, enamorado de la perfecta estatua femenina que había creado, consigue que Venus le infunda vida. Las primeras imágenes relacionadas con la narración son del siglo XIII, cuando Jean de Meun la integra en Le roman de la rose y la amplía con nuevos detalles que traducen tanto las prácticas amorosas de la época como las innovaciones artísticas y la evolución científica. Así, en las miniaturas que ilustran el roman, Stoichita descubre ecos del surgimiento del retrato en las esculturas funerarias yacentes, de la teoría de la visión "por intromisión" y de la creencia en la "música del pulso".
En el Renacimiento y el Barroco hay pocas citas literales, pero el autor encuentra variaciones del mito en narraciones basadas en el equívoco entre piedra exánime y carne viva. Son la trágica historia de Pippo del Fabbro, que de tanto esforzarse al posar como modelo para una estatua de Baco, fue arrebatado por la locura dionisiaca y dio en la manía de componer con su cuerpo esculturas vivientes (con ecos en cuadros de Pontormo o De Cosimo); la leyenda del eidolon -escultura o fantasma- que fue llevada a Troya en sustitución de la bella Helena; o la Hermíone de Cuento de invierno de Shakespeare, que se finge estatua en un panteón. Esta última sería tema frecuente para los tableaux-vivants del siglo XVIII, y se pintaron varios retratos de damas que fingen ser un personaje que finge ser una escultura (¡!). Es en el Siglo de las Luces cuando Stoichita detecta la auténtica "manía pigmalioniana": la Razón habría utilizado el motivo para cuestionar el carácter divino de la creación del hombre. El alma reside ahora en el cerebro y lleva la animación al resto del cuerpo a través del sistema nervioso: un sistema de "nudos" y de reacciones que estaría en la base del lenguaje gestual en representaciones como la de Lagrenée. Pero pronto la vida pasaría ser cuestión no ya de nervios sino de energía eléctrica, y Stoichita demuestra que el magnetismo de Mesmer y el furor de los fluidos energéticos determinan la versión que del asunto ofrece Girodet.
La fotografía y el cine marcan, en los capítulos finales, una multiplicación de reflejos. Se exploran en profundidad las interrelaciones de escultura, pintura y fotografía en la obra de Jean-Léon Gérôme quien, como Girodet, utiliza el tema para hacer una "puesta en escena" de los poderes del artista. Estrategia que compartiría Alfred Hitchcock en Vértigo, película meta-fílmica cuya vinculación a Pigmalión no es tan convincente pero que es, desde luego, una historia de simulacros. Lástima que, argumentando que quería llegar sólo a las puertas de la realidad virtual, Stoichita haya evitado el arte del siglo XX y a los grandes simuladores de hoy.