Image: Orwell periodista. Artículos y reseñas en el Observer 1942-49

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Ensayo

Orwell periodista. Artículos y reseñas en el Observer 1942-49

George Orwell

19 octubre, 2006 02:00

George Orwell

Traducción de Miguel Aguilar. Global Rhythm. Barcelona, 2006. 390 páginas, 17’50 euros

Orwell, como Sartre o Heminway, son iconos culturales del siglo XX. Controversiales siempre, porque ese estatus sólo se consigue haciéndose notar, por la adopción de posturas intelectuales un tanto desmesuradas. Las obras de Orwell reflejan de maravilla la visión inglesa del mundo, intelectual y pragmática a la vez, y siempre orgullosamente nacionalista. Para los vencedores de la segunda guerra mundial la razón estaba de su parte, sin embargo, y aquí reside la fuerza y el valor de este libro. Orwell supo relativizar los triunfos militares, porque el mundo seguía inmerso en su habitual turbulencia.

Aun más, Orwell era un buen conocedor del hombre, por eso termina por expresar una idea tremendamente pesimista, presente en el pensamiento social desde su tiempo al hoy. Una cosa es lo que desearíamos que fuese el mundo, y otro lo que en realidad sucede, porque el "sentido común y la buena voluntad no son suficientes; también está el problema de enfrentarse a los rencores y a la invencible ignorancia" (pág. 45). No cede ante los desajustes producidos por las actuaciones humanas, no obstante jamás se deja llevar por el optimismo. De los cien artículos del libro, treinta y uno van dedicados a la política y el resto son reseñas de libros. Los de política resultan brillantes análisis de los acontecimientos de aquel entonces y, como digo, vienen imbuidos de un pragmatismo pesimista que no excluye la reflexión constructiva.

La guerra de España, que él conoció de primera mano, como voluntario internacional en la defensa de Barcelona, experiencia contada en su imprescindible Homenaje a Cataluña. Allí aprendió de la miseria humana, desde luego, y de la fuerza del ansia de poder, de la doblez de comunismo soviético, contra el que desde entonces sospecharía, considerándolo como lo que fue, uno de los regímenes políticos más brutales y traidores a sus propios principios ("Marx y Rusia", 15-02-1948). Vivió un tiempo obsesionado con el avance comunista durante la época de la guerra fría, e incluso hizo listas de sus amigos según su filiación pro o anti soviética, anotando sus supuestos puntos débiles al chantaje o la colaboración. Junto al nombre de su gran amigo Stephen Spencer, con quien acababa de estar, anota su tendencia hacia la homosexualidad; al lado del historiador E.H Carr dice algo sobre su carácter apaciguador; al nombre de Charles Chaplin el añade la palabra judío, y así. Llegó incluso a entregar una lista con treinta y cinco nombres de "compañeros de viaje" comunistas a una oficina gubernamental, hecho que cuando fue conocido en los noventa dañó injustamente su reputación. En su caso, a diferencia del reciente de Gönter Grass, el móvil fue la mezcla de convicción profunda con un acerado personalismo, que le hizo
creerse capaz de cambiar el destino del mundo. Esta acción constata la desmesura de la que hablé antes.

Hay artículos que reflejan su intachable honradez. La crítica que hace, "A los ocho años de la guerra: Recuerdos españoles" (16-07-1944), de la actuación de los rusos en España, de la política de no intervención inglesa, "vergonzosa", o sobre el destino de las personas desplazadas por la guerra europea. La reseña de La llama de Barea (24-03-1946), cuenta la defensa de Madrid hecha por el pueblo, los horrores, y los triunfos derivados del sufrimiento del pueblo.

George Orwell pervive en la memoria de los lectores gracias a Rebelión en la granja y, en menor medida, 1984, valientes narraciones donde se alertaba del peligro del totalitarismo. ¿Por qué leer ahora sus artículos? él mismo ofrece una respuesta: la utilidad de la crítica reside en "llamar la atención sobre algo que corre el peligro de ser ignorado" (pág. 388). Sus reseñas, donde analiza obras desde Dickens, Balzac y Dostoievski a Conrad, son un buen espejo de la memoria de libros que no podemos olvidar, porque en ellas se conservan los matices que desmontan los lugares comunes.