La aventura de viajar
Javier Reverte
9 noviembre, 2006 01:00El retrato que uno se hace de Reverte, desde el capítulo en que nos habla de su infancia y las excursiones al Guadarrama, es el de un niño tirando a gamberro, que sigue vivo y coleando. Lo que hace de esta lectura algo delicioso es el sentido del humor no sólo del hombre, sino del escritor. Puedes vivir con humor, pero además hay que tener ganas de transmitirlo en tu trabajo. Y en trabajos como éste corre a raudales. Reverte se hace entrañable enseguida gracias a su sencillez, y a saber reírse de sí mismo. En un crucero de multimillonarios por la costa brasileña, nos habla de un personaje fabuloso, la glamourosa Margot, que mantiene conversaciones memorables con un Reverte campechano y sin esmoquin. Agradecemos pasajes tan divertidos como el de la chusma periodística alojada en un hotel en Santa Marta, en el Caribe colombiano, condenada, por un error táctico, a matar las horas fumando marihuana, bebiendo ron y coqueteando con lugareñas en las playas, y atendiendo luego al ministro de Asuntos Exteriores español, en la sesión informativa, metida en una piscina con la piña colada en la mano. Hay que tener sentido del humor para declararle al lector que tras un encuentro de escritores en Verines, Asturias, en el que Reverte se pasó veinte pueblos despotricando contra la crítica literaria, su carrera de escritor tuvo que sortear el ninguneo de la sociedad literaria y el mercado editorial.
Un viaje a Centroamérica cambió la vida de Javier Reverte. Entendió que viajar en rebaño, cubriendo viajes de reyes y políticos, no iba con él. Eran experiencias estériles, no satisfacían los sueños de aquel niño travieso y empapado de novelas de aventuras. Leyendo estos textos sabremos el origen de muchas de las novelas de Reverte, siempre provocadas por emociones "tan intensas que precisaba de la ficción para contar con rigor y con fuerza lo que fueron aquellos lugares…".