Image: Entre lobos y autómatas. La causa del hombre

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Ensayo

Entre lobos y autómatas. La causa del hombre

Víctor Gómez Pin

9 noviembre, 2006 01:00

Víctor Gómez Pin. Foto: Archivo

Premio Espasa de Ensayo. Espasa. Madrid, 2006. 310 páginas, 20’50 euros

Todas las épocas padecen su cuota de pensamiento sofístico. También la nuestra. La caverna platónica tiene una infinita capacidad de asumir formas nuevas. El pensamiento humano se siente atraído, de manera espontánea, por espejuelos. La era postmoderna es pródiga en falsificación filosófica. Hay quienes enuncian la defunción de la verdadera filosofía. También de nuestra humana conditio. Ambas cosas van a la par: a mayor mentira en las rutas del pensamiento, menor interés y compromiso por las humanidades. Y éstas se sustentan en una reflexión exigente sobre nosotros mismos.

Hoy el pensamiento cavernoso posee muchos frentes. Gómez Pin, en su excelente libro, nos despliega el tapiz falsificado de aquellos que lo salpican y emborronan de tres modos. La parte derecha está ocupado por las tendencias animalistas que pretenden borrar la diferencia específica entre nuestra condición y la que corresponde a mamíferos superiores y aves. La izquierda por los que sueñan con androides que son productos de la inteligencia artificial, confundiendo lo que la ciencia dice con lo que la ciencia ficción legítimamente relata. El flanco central, por quienes se toman en serio el dogma postmoderno de la destrucción de la barrera entre lo real y lo virtual, de manera que la percepción de simulacros nos evita la memoria -ya perdida- de las cosas.

Gómez Pin se halla muy bien preparado para afrontar su polémica a tres bandas: sustenta su discurso siempre en la ciencia más exigente y en sus más flamantes frutos: el proyecto genoma, la cibernética, las ciencias de la información. Pero no hace decir a la ciencia lo que ésta no dice. La mala filosofía se evidencia en esa operación. Ignora que muchas veces el rey está desnudo. Se afirma, por ejemplo, que lo mismo es el lenguaje humano que los sistemas de señales de la danza de las abejas. Es tan burdo el argumento que no puede menos que causar rechifla.

Gómez Pin siempre ha basado sus reflexiones y polémicas en sólidos apoyos histórico-filosóficos. Se inició con libros excelentes sobre Platón (El drama de la ciudad ideal) y Aristóteles (Orden y sustancia). Siempre dialogó con la tradición filosófica continental, especialmente francesa. Descartes ha sido su principal referencia en los últimos tiempos. También Freud, Lacan, o la filosofía matemática de René Thom.

Entre los filósofos que hay en nuestro frente lingöístico es uno de los que me suscitan mayor sintonía, compañía intelectual y solidaridad en el tratamiento de los temas. Piensa, con razón, que la filosofía sólo existe y subsiste si sabe remontar, contra toda marea sofística, hasta la ontología y la metafísica, y que no puede circunscribirse a un ámbito sectorial (la ética, la teoría de la ciencia, la filosofía de la técnica). Cree que el gran tema de la filosofía es el esclarecimiento de esa condición que somos. Y advierte con sorpresa indignada que entre lobos, autómatas e imágenes virtuales se está promoviendo una revancha en toda regla que tiene por raíz una especie de auto-odio que nos singulariza en los claroscuros de nuestra condición.

Vivimos tiempos que parecen certificar el veredicto del hombre nietzscheano caracterizado por un sentimiento general de hastío con nuestra propia condición. Y ese resentimiento generalizado se compensa, en tornado falsamente franciscano, con un amor omnímodo a toda especie animal, y con un desordenado amor anticipado a cuanto androide de fabricación artificial podamos imaginar. Nietzsche diría que la solterona anglosajona, que ama al caniche en la misma medida en que abomina del vecindario humano, dicta esta forma de sensibilidad Disney peraltada en religión filosófica adoradora de la Diosa Gaia.

Vivimos un universo de caverna platónica en el que parece diluirse toda diferencia entre cosa, copia y simulacro. Gómez Pin ha visitado en los últimos tiempos ese pasaje memorable de Platón. La caverna platónica es nuestro habitat. Se trata de descubrir el hilo de Ariadna que nos permite salir de esa postración en los laberintos sombríos de ese pensamiento humillante.

Una de las raíces del despropósito se apunta en una idea importante que merece futuros desarrollos: se suplanta la verdadera ciencia por una tecnología divinizada. En lugar de inspirarse en la ciencia, la filosofía sofística se construye desde la ficción extrapolada de algunas posibilidades tecnológicas que de esa ciencia ignota parecen desprenderse. Se da estatuto de realidad a puras hipótesis necesitadas de prueba. Lo que promueve el hechizo ante esa tecnología-fetiche es su capacidad milagrera. La tecnología informática y cibernética, o la que se deriva de la experimentación biológica (la clonación), genera pensamiento-ficción que espontáneamente crece y crece. El pensamiento-ficción confunde temores imaginados en base a una técnica concebida como demiurgo sobrenatural. En el libro de Gómez Pin esa irrupción del verdadero pensamiento filosófico sobre el hombre se destaca en el capítulo "Homo loquens", y, sobre todo, en las estupendas reflexiones sobre la entereza que confieren dignidad a nuestra condición. La elaboración de esa virtud, en compañía de Aristóteles, es uno de los mejores momentos del texto.