Ensayo

El alma del ateísmo

André Comte-Sponville

8 febrero, 2007 01:00

André Comte-Sponville. Foto: Grep-Mp

Traducción de J. Terré. Paidós. Barcelona, 2006. 211 páginas, 21 euros

Lo que hace sorprendente este libro es el subtítulo y lo que concierne a ese subtítulo: Introducción a una espiritualidad sin Dios. Es sorprendente porque el autor cumple con lo que parecería contradictorio. El mensaje del libro es muy sencillo, casi trivial: se puede vivir muy gratamente sin creer en Dios y sin que, por eso, uno haga maldades, ni siquiera en el sentido cristiano de la palabra "maldad". No se trata de decir -advierte Comte-Sponville- que sea indistinto ser ateo o cristiano en lo que atañe al comportamiento. Por ejemplo -sigue-, un ateo no hace ascos al preservativo ni a las relaciones homosexuales. Pero son diferencias llevaderas, dice, porque los cristianos partidarios de convivir tampoco pretenden impedir a nadie que use preservativos o que tenga relaciones homosexuales, sino que se limitan a decir que está mal. Comte-Sponville arguye de esa forma en las dos primeras partes del libro. No dice en ellas nada nuevo ni especialmente agudo. Es la tercera la que ha llamado la atención de este lector. En la primera se pregunta si podemos prescindir de la religión y responde que sí, y eso por más que la manera de vivir de uno sea tan "cristiana" que le llamen "ateo cristiano". En la segunda, explica por qué es ateo. Y nos convence de que, en realidad, no es ateo, sino agnóstico. Al llegar a este punto (página 142 de las 211 del libro), este lector creía haber perdido el tiempo. Pero en la 143 empieza la parte de la obra en que propone una espiritualidad a los ateos para que lleguen a alcanzar un verdadero bienestar interior. Y lo que va exponiendo no es cosa vana: se trata de una verdadera mística atea, que le lleva a explicar cómo se experimenta místicamente la evidencia, la plenitud, la simplicidad, la unidad, el silencio total, la eternidad incluso, la serenidad, la total aceptación, la independencia, hasta la muerte (eterna). Un místico cristiano o, sencillamente, creyente dirá que todo eso le suena y puede creer que lo que hace Comte-Sponville es trasponer al ateísmo alegremente lo que sabe de la mística en general, como hombre de formación católica que es. Lo verdaderamente interesante del libro, sin embargo, es que Comte-Sponville habla de su experiencia. Y eso -una experiencia mística agnóstica-, al menos como fenómeno psicológico, tiene claro interés. Hay una cosa, no obstante, que llama la atención: en esa experiencia mística, como culminación de toda referencia, aparece varias veces lo que el autor denomina "el gran Todo" como culmen de todo y uno se puede preguntar si, al final, no es un sinónimo de lo que se suele llamar Dios. Eso sí: un Dios esencialista, no el Dios concreto de los cristianos, al que María le puso cara, de puro concretarlo (según una expresión que no es mía). Pero, como testimonio de una singularísima experiencia, el libro no deja de tener interés.