Ensayo

Sobre el maniqueísmo

Henri-Charles Puech

21 junio, 2007 02:00

Trad. M. Cucurella Miquel. Siruela. Madrid, 2007 427 páginas, 39 euros

El maniqueísmo nos resulta familiar porque hace siglos que se incorporó a nuestra lengua coloquial y decimos que no hay que ser "maniqueos" cuando alguien divide a los demás entre buenos y malos. Quien lea el libro de Puech se dará cuenta de que el origen de esa expresión es mucho más complejo. En el siglo III, el maniqueísmo fue todo un cuerpo doctrinal -una teología- cuyos adeptos se organizaron en lo más parecido a una iglesia, incluidos ritos y liturgia. El asunto fue suficientemente serio como para que las autoridades cristianas actuaran.

Comprender su teología no es nada fácil. Se trata de una reacción a la dificultad de creer que Jesucristo es Dios, siendo como es un hombre. Sólo que a la dificultad le hicieron frente con mayores dificultades: echaron mano de ideas precristianas, míticas, y llegaron a la conclusión de que Jesucristo fue un semidiós o un dios de segundo orden y que su obra consistió, por eso, en algo melifluo: crear un mundo material con mezcla de espíritu, siendo así que lo espiritual es el bien en tanto que lo material es el mal. A esto (común a todos los gnósticos), los maniqueos le añadieron la antiquísima idea de que, igual que había un principio del bien (Dios), había un principio -personal- del mal. Por tanto, en su caso, la materia -el mal- procede de un "Antidiós" tan poderoso como Dios. Desde entonces, no ya en el maniqueísmo, sino en el cristianismo, han convivido dos actitudes distintas: una según la cual lo material es bueno como parte que es de lo creado y otra según la cual lo material invita, por lo menos, a la sospecha. De hecho, el maniqueísmo volvió por sus fueros entre los siglos VII y XII en la forma del paulicianismo, del bogomilismo y del catarismo.

Henri-Charles Puech murió en 1986 y su libro se publicó en francés en 1979. Pero sigue siendo más que valioso. Puech no fue uno de tantos divulgadores del asunto, que invitan a creer en los enigmas como si hubiera fuerzas ocultas de las que dependemos. Fue un notabilísimo investigador, director de la Sección de Ciencias Religiosas de l’école Pratique de Hautes études (una de las instituciones culturales francesas de mayor importancia), y estudió la cuestión a fondo: primero el cristianismo de los primeros siglos, luego el gnosticismo y el maniqueísmo. Su aportación fue capital porque era filósofo de formación y porque contó con la multitud de hallazgos arqueológicos -de textos maniqueos- que se hizo durante el siglo XX. Como estudioso serio, dejó abierta una de las principales cuestiones que siguen en el aire, veinte años después: por qué se dio ese enorme brote de corrientes gnósticas en los siglos II y III. Sabemos que bastantes de sus elementos eran muy anteriores a Cristo y que algunos de esos elementos se han encontrado incluso en el budismo. Pero ¿por qué adquirieron esa fuerza insólita en los siglos II y III, y no antes? Puech no logró averiguarlo satisfactoriamente y lo reconoció. Pero lo que pudo averiguar fue suficiente para elaborar una obra tan notable como ésta.