Ensayo

Los kurdos. Un pueblo en busca de su tierra

Kevin Mckiernan

12 julio, 2007 02:00

Trad. Ana Herrera. Belqcqva, 2007. 506 páginas. 35 euros.

"Las excavadoras desenterraban los cadáveres de 54 hombres ejecutados en 1983 por el ejército de Sadam Husein y varios kurdos procedentes de un campo de refugiados cercano contemplaban los restos con curiosidad". Así comienza el último libro de Kevin McKiernan. Estas imágenes sobrecogedoras fueron su primera impresión de los kurdos cuando llegó al norte de Iraq en 1991, al final de la guerra del Golfo. Bush padre les animó a alzarse contra Sadam, ellos se rebelaron y Sadam los aplastó sin que Washington moviese un dedo para defenderlos.

A pesar de haberse curtido en los años 70 y 80 en las guerras entre los indios de Dakota del Sur y el FBI, y en las guerras de América Central, áfrica y Oriente Medio, no estaba preparado para aquellos horrores. Le marcaron de tal manera que no ha dejado de volver a Iraq para tratar de entender semejante devastación. Los Kurdos es el resultado de esa odisea profesional y personal.

Desconozco la raíz del misterio, pero todo el que se adentra en el mundo kurdo acaba identificándose con su causa. Para McKiernan, los kurdos son mucho más que la mayor etnia del mundo sin estado propio. En este libro muestra un pueblo reprimido y perseguido durante siglos, troceado y disperso en media docena de países, cuyas raíces históricas se remontan al año 728 antes de Cristo y que, desde las Cruzadas, en palabras del autor, "ha sido utilizado por aliados y enemigos como fiel del equilibrio de poder" en Oriente Medio. Muchos internacionalistas llevamos cuatro años diciendo que el gran vencedor estratégico de la malhadada y peor resuelta invasión de Iraq de 2003 ha sido Irán. Nos olvidamos de un segundo vencedor, los kurdos iraquíes, quienes, a pesar de la traición estadounidense de los 90, "han logrado independencia en todo menos en el nombre". McKiernan llega a esa conclusión, que Turquía y otros vecinos ven como la principal amenaza para su seguridad, tras quince años de viajes al Kurdestán iraquí, a Turquía y a Irán como enviado especial de las revistas Time y Newsweek, y de las cadenas de televisión ABC, CBS, NBC y PBS.

En Los Kurdos, publicado el año pasado en los EE.UU. y editado ahora en español con impecable traducción de Ana Herrera, el periodista, fotógrafo y cineasta estadounidense nos conduce, paso a paso, desde el alzamiento kurdo de 1991 hasta la guerra actual, que, en su opinión, "les ha dado la oportunidad de una separación permanente".

Salvo su antipatía manifiesta hacia los turcos, es un análisis equilibrado, limpio de mitos, riquísimo en anécdotas, arropado por un exquisito conocimiento de la historia y escrito en un estilo ágil, ameno y didáctico. El libro se divide en cuatro partes, cada una de las cuales podría haberse publicado como un libro independiente de cien a ciento sesenta páginas por libro, sin contar notas, bibliografía e índice. En un solo texto, de no ser por la fuerza del guión -el autor ha recibido premios por documentales de televisión como Good Kurds, Bad Kurds: No Friends but the Mountains- y por las incontables peripecias que salpican cada página, la historia resultaría un poco espesa. Aun así, una ligera poda habría mejorado el resultado final.

Como su empeño en comparar la tragedia kurda con la de los indios estadounidenses, son defectos menores frente a la avalancha de testimonios, perfiles, entrevistas y noticias del drama kurdo, ya inseparable de la tragedia que ha desembocado en la destrucción y, casi con seguridad, partición inevitable de Iraq. os de viajes al Kurdestán iraquí, a Turquía y a Irán como enviado especial de las revistas Time y Newsweek, y de las cadenas de televisión ABC, CBS, NBC y PBS.

En Los Kurdos, publicado el año pasado en los EE.UU. y editado ahora en español con impecable traducción de Ana Herrera, el periodista, fotógrafo y cineasta estadounidense nos conduce, paso a paso, desde el alzamiento kurdo de 1991 hasta la guerra actual, que, en su opinión, "les ha dado la oportunidad de una separación permanente".

Salvo su antipatía manifiesta hacia los turcos, es un análisis equilibrado, limpio de mitos, riquísimo en anécdotas, arropado por un exquisito conocimiento de la historia y escrito en un estilo ágil, ameno y didáctico. El libro se divide en cuatro partes, cada una de las cuales podría haberse publicado como un libro independiente de cien a ciento sesenta páginas por libro, sin contar notas, bibliografía e índice. En un solo texto, de no ser por la fuerza del guión -el autor ha recibido premios por documentales de televisión como Good Kurds, Bad Kurds: No Friends but the Mountains- y por las incontables peripecias que salpican cada página, la historia resultaría un poco espesa. Aun así, una ligera poda habría mejorado el resultado final.

Como su empeño en comparar la tragedia kurda con la de los indios estadounidenses, son defectos menores frente a la avalancha de testimonios, perfiles, entrevistas y noticias del drama kurdo, ya inseparable de la tragedia que ha desembocado en la destrucción y, casi con seguridad, partición inevitable de Iraq.