Image: Una vida con Karol

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Ensayo

Una vida con Karol

Stanislao Dziwisz

12 julio, 2007 02:00

Conversación con Gian Franco Svidercoschi. Trad. Isabel Prieto. 248 páginas. 17 euros

La veta de Karol Wojtyla parece inagotable. Uno diría que, después del sinfín de biografías -mayores y menores-, de los estudios sobre tal o cual aspecto de su persona y sus actividades y de las recopilaciones de escritos o alocuciones del Papa fallecido, no cabe decir más. Y algo de eso hay. Gran parte de lo que se publica es reiterativo. Pero resulta -primero- que hasta la mera repetición debe tener un público que la adquiere y la lee y -segundo- que no faltan algunas perlas, incluso joyas más que notables como las memorias de su secretario, Stanislao Dizwisz, con cuya referencia encabezo estas líneas. No es propiamente una entrevista, como aquéllas a las que nos acostumbró Juan Pablo II y a las que no faltó tampoco el entonces cardenal Ratzinger. Da la impresión de que éstas de Stanislao Dizwisz -secretario particular de Wojtyla durante casi cincuenta años- son algo semejante a unas memorias. Pero no unas memorias pormenorizadas ni mucho menos cronológicas. Se diría que Dizwisz ha dejado correr la pluma para dar suelta a sus sentimientos y que ha intentado razonarlos con datos concretos que dan un gran valor al resultado. Es posible que, luego, quizás el propio Sviderkorschi le haya ayudado a redondear el texto de dos maneras: una, pidiendo aclaraciones; la otra, intercalando comentarios que, por lo general, se refieren al eco internacional de las situaciones que recuerda Dizwisz como cosa suya, de casa, paladeando el recuerdo, incluso el sinsabor, como se rememora la historia de uno mismo, sin pensar en su trascendencia.

Esa singularidad del libro hace que, al principio, cuando el lector espera una entrevista y encuentra comentarios, se sienta tentado a cerrarlo. Pero, enseguida, "engancha", y eso por la riqueza de los detalles que aporta Dizwisz, no pocos de los cuales obligarán a revisar suposiciones que dábamos por seguras: así en lo que atañe a las relaciones de Juan Pablo II con Ratzinger; al origen de su condena de toda guerra y de su inclinación por la resistencia pacífica, con mención expresa de Gandhi; a las raíces polacas de la encíclica Laborem exercens (sobre el trabajo humano); lo que es más sorprendente: a las raíces también polacas de su recepción del Vaticano II, que uno creía de otro modo; a los inductores del atentado que sufrió, que Dizwizs no duda en ver en la KGB; a cómo "descubrió" Juan Pablo II su sintonía con la gente joven; a su idea de que el evangelio ya ha sido predicado en todo el mundo (y eso tiene consecuencias escatológicas en las que más de uno pensará); a la sorpresa que le produjo la caída de los gobiernos comunistas en 1989, que, por lo tanto, no previó, ni menos pudo preparar con Reagan, etcétera etcétera. No puede decirse que este libro sea otra cosa que lo dicho: un centón de recuerdos de alguien que vivió junto a él durante casi medio siglo, primero en Cracovia y después en Roma. Pero nadie podrá escribir ya otro libro sobre Juan Pablo II sin saborear estas páginas.

Dizwisz no da la importancia que en su día se dio al acto ecuménico de Asís de 1986. No todo el mundo sabe que ese acto generó una literatura propiamente teológica y condenatoria, contra el Papa, y no precisamente de poco calado. ésta es otra cuestión que apenas puedo apuntar. Cada vez se percibe con más claridad que la importancia de Juan Pablo II no quedó en su personalidad, sino que desarrolló un pensamiento original que habría que valorar sin diritambos, para saber hasta dónde innovó realmente, y no sólo en lo teológico, sino en la antropología filosófica en general. Sobre ello, ha aparecido el libro de Juan Manuel Burgos, La filosofía personalista de Karol Wojtyla (Ediciones Palabra) y no debe desatenderse la conferencia de Elio Sgrecia sobre El magisterio de Juan Pablo II sobre la vida humana: La perspectiva cristocéntrica, que acaba de editarse también (Fundación San Pablo-CEU, accesible en Internet). El pensamiento personalista ha recuperado y sobrepasado hoy la relevancia que tuvo en el primer tercio del siglo XX y, en el caso del papa Wojtyla, su vinculación con la fenomenología de Edmund Husserl y la axiología de Max Scheler le da un alcance mucho mayor que el que tuvo con Jacques Maritain. Entre otras cosas, supone el abandono del tomismo como filosofía preferente para explicar el cristianismo, al contrario de lo que intentó demostrar el filósofo francés. Pero ésta es larga historia, aunque imporante.