Image: El sentido de los sueños

Image: El sentido de los sueños

Ensayo

El sentido de los sueños

Robert Graves

6 septiembre, 2007 02:00

Graves con un grupo de amigos en un café de Deià, en 1935. Foto: Gravesiana.org

Traducción de Karen Möller. Península. Barcelona, 2007. 128 páginas. 15 euros

La aparición en castellano de este escrito de juventud prueba que aún nos quedaban por descubrir aspectos inéditos del polifacético Robert Graves (Wimbledon, 1895 - Deià, Mallorca, 1985). Conocido sobre todo por las dos novelas de la saga Yo, Claudio, llevadas con éxito a la pequeña pantalla en los setenta, Graves ya se había labrado una merecida reputación literaria gracias a su espléndida obra lírica y a su relato autobiográfico, Adiós a todo eso. Títulos como La diosa blanca confirieron también notoriedad a sus incisivos tratamientos de la poesía, el mito o el culto religioso en la Antigöedad. Apenas conocido, en cambio, es su interés por el sentido oculto de los sueños, sobre el que publica este ensayo en 1924.

Su detonante se remonta a las traumáticas experiencias vividas en la Primera Guerra Mundial. Aquejado de una neurosis de guerra, Graves sufrió durante años pesadillas que, como las de otros muchos soldados, no parecían responder al esquema freudiano. Esto le llevó a sugerir su propia alternativa, inspirada en las aportaciones del doctor Rivers, de Cambridge. Para ello, su estudio parte del contraste existente en la valoración de los sueños entre el mundo antiguo y el moderno: mientras que las culturas antiguas siempre los tomaron en serio, la mentalidad pragmatista del hombre occidental, al no hallar una pauta lógica para deducir su significado, ha solido despreciarlos, tildándolos de meras imágenes ilusorias y sin sentido. Fue Sigmund Freud quien dio el primer paso hacia una auténtica comprensión de la vida onírica al demostrar que, en sueños, la mente humana, incluso la del hombre racional y práctico, no piensa de modo convencional, sino mediante símbolos. Freud vino así a rescatar la idea de que los sueños son básicamente simbólicos y no proféticos, como se suponía antiguamente. Pero una vez reconocido este mérito, Graves discute la tesis psicoanalítica de que todo sueño sea expresión de deseos insatisfechos o reprimidos. La focalización de dichos deseos en pasiones de carácter sexual también le resulta algo sumamente reduccionista. Los sueños pueden surgir de todo tipo de esperanzas, miedos, problemas y soluciones de la vida despierta, y es la "teoría de la doble identidad" la que explica su mecanismo de funcionamiento: en circunstancias difíciles, el individuo se escinde en dos "yoes", que expresan diferentes actitudes ante un conflicto, siendo el yo "vencido" por el yo fuerte de la vigilia el que retorna en el sueño.

Como puede apreciarse, la originalidad de la propuesta del poeta es relativa. El retorno freudiano de lo reprimido sigue presente en este discurso sobre yoes en conflicto y la explicación del mecanismo onírico como respuesta simbólica a cuestiones irresueltas en la vida consciente sigue siendo deudora de Freud. Su mayor aportación está en su amplia reformulación del ámbito de lo simbólico.

Graves sostiene que este modo de pensamiento asociativo no pertenece sin más al pasado: convive con nuestro pensamiento lógico y, cuando se reaviva en nosotros, no aparece como mera supervivencia del yo infantil (escuela vienesa) o del yo salvaje (escuela jungiana) en el inconsciente adulto. El capítulo final, dedicado a la relación entre los sueños y la poesía, es una buena muestra de esa importante presencia. Al hilo de ella se hacen dos decisivas correcciones al psicoanálisis: que los trastornos psicológicos se deban tan sólo a un pasado latente, o que una vez interpretado el sueño al que subyace un conflicto, cese sin más el conflicto, son afirmaciones sin fundamento. Graves ofrece así, con una prosa sencilla, de fina capacidad crítica y sutil sentido del humor, indicaciones muy útiles para una práctica psicoterapéutica más flexible; y, con su idea de que la tarea de simbolización es un quehacer constante del hombre, nos advierte melancólicamente de que, cuanto más escarbemos en nuestras mentes, tanto más se retraerán dichos símbolos, para seguir manteniendo la condición indescifrable de esa otra enigmática parcela de nuestra vida.