La última vidente de Fátima
Tarsicio Bertone y Giuseppe De Carli
29 noviembre, 2007 01:00El entrevistador, Giuseppe de Carli, curtido en las lides de los servicios de comunicación del Vaticano, y el entrevistado, el cardenal Bertone, secretario de Estado. La "complicidad" entre ambos es evidente. En cuanto a que se trate de una entrevista precedida de una carta de Benedicto XVI, es obvio que tiene como fin el deseo de que el desmentido -que es lo que se contiene sobre todo en el libro- llegue a la mayor cantidad de gente. ¿Qué se quiere desmentir? El sinfín de dudas que corren sobre el tercer secreto de Fátima; dudas que han alcanzado la categoría de libros de reflexión casi teológica.
Como se sabe, las apariciones de Fátima y los fenómenos astronómicos extraordinarios que las acompañaron tuvieron lugar en 1917 y fue años después cuando una de las videntes -Lucía- puso por escrito tres profecías que le había hecho saber de Nuestra Señora. Dos de ellas se conocieron hace mucho y la tercera fue revelada por disposición de Juan Pablo II en el año 2000. Se recordará que, en ella, se hablaba de un obispo vestido de blanco que sería asesinado. Juan Pablo II interpretó que la profecía tenía que ver con el atentado que sufrió él mismo. Pero no poca gente ha manifestado su desconfianza de que eso fuera así, y de que eso fuera todo. Cuando supo que se discutía sobre ello, sor Lucía realizó, según el cardenal Bertone, un comentario que la retrata: "Todo el mundo quiere saber si quedan secretos y no se preocupan de hacer lo que ha pedido la Virgen, que es oración y sacrificio".
Permítase al lector que no tercie en el asunto de si hay o no hay más secreto. A quien le preocupe, le aconsejo la lectura del libro. Pero a quien no le preocupe, también; no sólo se trata de un libro muy ameno, sino que a través de las conversaciones con el cardenal Bertone se dibuja la personalidad de Lucía, un personaje enormemente atractivo: una analfabeta que no sabía dónde estaba Rusia y que, sin embargo, desarrolló unas dotes de comunicación sorprendente con los años y, también, con el mínimo de estudio que le hizo falta para entender mejor su propia y asombrosa experiencia. Más que las declaraciones o más que los argumentos del periodista o del propio cardenal, lo que a uno le va convenciendo es la personalidad de Lucía. Una vez más, sucede al lector lo que ha ocurrido a tantos hombres y a tantas mujeres durante siglos: las personas convencen más que a todos los argumentos que se puedan esgrimir en un sentido u otro.