Hopper
Mark Strand
3 julio, 2008 02:00Mañana en Cape Cod, de Hopper (1950)
Es muy reciente la publicación de un libro fundamental de Walter Wells sobre el pintor de Nyack titulado precisamente Silent Theater: The Art of Edward Hopper (Phaidon Press, Nueva York, 2007). La tesis del crítico apunta el intenso contacto entre el universo del artista y la obra de escritores tales como Goethe, Whitman, Melville, Ibsen, Valèry o Lewis. Hopper practica una especie de literatura visual que hace ciertos los términos del verso horaciano tan lúcidamente glosado por Lessing en el Lacoonte: ut pictura poesis. Pero no menor fue la capacidad que tuvo para seducir a cineastas como Hitchcock, prestándole su "House by the Railroad" para Psycho, como también a Malick para Days of Heaven. Entre nosotros, esa seducción ha dado lugar a páginas admirables de Muñoz Molina sobre las ventanas de Hopper.Nos llega ahora en una primorosa edición un libro de 1994 dedicado a Edward Hopper por el poeta canadiense Mark Strand, cuyos versos de Solo una canción están ya traducidos al castellano. él mismo tradujo a Rafael Alberti por mor, quizá, de las afinidades electivas: como el poeta del Puerto, Strand quiso también ser pintor. Llegó, además, a realizar estudios de arte en Yale, y este bagaje aflora aquí a lo largo de los breves capítulos que dedica a una treintena de cuadros de Hopper, desde el famoso Casa junto a las vías del tren, que es de 1925, hasta Coche de asientos, su última obra pintada en 1965. Apreciamos, así, ciertos principios de análisis formalista en los comentarios a cada uno de los óleos seleccionados, que a veces van al alimón cuando su temática o su textura lo aconsejan, como sucede con Gasolina y Autovía de cuatro carriles, Sol matutino y Una mujer al sol, o Ventana de hotel y Habitación de hotel. Tras una breve descripción de la anécdota reflejada, Strand se demora en identificar la composición en términos geométricos, sobre todo triángulos y trapecios isósceles, o en determinar el punto de fuga y el tratamiento específico que en cada caso se le da a la luz, tan distinto del modo impresionista. Pero enseguida cambia el registro a favor de una puesta en palabras de la identificación del observador con el lienzo. Aparte de que, como americano del norte que es, coetáneo del artista, Strand crea observar en sus obras "escenas de mi propio pasado", le seduce algo a lo que es difícil hurtarse y Updike denominó "la tentación narrativa" del creador de Aves nocturnas, Anochecer en Cape Cod, Automat, Digresión filosófica o Habitación en Nueva York. En este sentido, el poeta trasciende al crítico, y las páginas de Strand se convierten en verdaderas écfrasis de los cuadros de Hopper.
En las retóricas clásicas, la écfrasis era una figura entendida como una descripción vívida e intensa que persigue evidenciar casi visualmente una realidad que se representa y materializa así mediante palabras. Con el siglo XVIII, sin embargo, el significado de écfrasis experimentó una notable restricción, pues el término pasó a designar la descripción literaria de una pieza artística de naturaleza plástica, ya fuese escultórica, arquitectónica, un dibujo, un grabado o, principalmente, una pintura. Esto es, la representación verbal de la representación visual, que es el concepto que Leo Spitzer aplica a un famoso análisis de la "Oda a una urna griega" de Keats. Las écfrasis de Strand dan en la diana al reconocer en estos óleos una "invitación a construir un relato", la clave "en la experiencia de contemplar un Hopper". Siempre me ha seducido en este pintor la llamada a la proyección de nuestra intencionalidad sentimental sobre sus creaciones. Como éstas no son alegóricas, sino cotidianistas, la explicación de semejante virtualidad está en que suscitan en nosotros impresiones y sentimientos vinculados a situaciones instantáneas que no significan nada -o muy poco- en sí mismas, pero que se convierten en verdaderas epifanías de validez ucrónica y utópica si rescatamos su antes y proyectamos un después.