Image: Políticas de la memoria y memorias de la política

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Ensayo

Políticas de la memoria y memorias de la política

Paloma Aguilar Fernández

4 septiembre, 2008 02:00

Funeral por los abogados laboralistas asesinados en Atocha en 1977

Alianza. Madrid, 2008. 583 páginas, 18 euros

En 1996 Paloma Aguilar Fernández (Madrid, 1965) publicó Memoria y olvido de la guerra civil española en esta misma editorial. El libro tuvo un fuerte impacto y constituyó un punto de referencia ineludible para las investigaciones ulteriores de la transición, porque se centraba novedosamente en el protagonismo que tuvo el recuerdo de la guerra en los actos y omisiones que permitieron la conversión pacífica de un régimen autoritario en una democracia homologable con el entorno europeo. Al plantearse la posibilidad de una segunda edición, la autora ha tenido en cuenta con buen criterio que el contexto bibliográfico y político es muy distinto al de hace doce años. La cuestión de la memoria histórica, entonces un asunto no inédito pero sí bastante original, ha pasado a ser tema de debate en todos los foros imaginables, hasta el punto de que en ciertos aspectos puede hablarse de saturación. Por eso, en vez de reeditar tal cual la susodicha aportación, la profesora Aguilar ha acometido una profunda reescritura de la misma, con aportaciones sustanciales. Aunque se conserva -como no podía ser menos- el núcleo fundamental, el resultado final es prácticamente una nueva pieza, no sólo actualizada en todos los aspectos, sino más sólida en sus argumentaciones y completa en sus referencias.

La tesis, por tanto, es básicamente la misma, pero aparecen ahora nuevas pinceladas que dibujan matices nada desdeñables. Aguilar mantiene el punto de partida fundamental: la transición no puede entenderse sin la presencia constante ("obsesiva") del fantasma de la guerra, para bien y para mal. Ese temor a no incurrir en viejos errores y, sobre todo, a no repetir un trágico pasado llevó incluso a establecer un paralelismo abusivo con la II República, como si fueran comparables la España de los años setenta y el país económica y políticamente subdesarrollado de cuatro décadas atrás. La autora subraya que no se refiere a un miedo de las elites, como se dice ahora a menudo tergiversando la realidad, sino a una zozobra compartida por la gran mayoría de la sociedad: se hicieron pactos, se establecieron compromisos, se instaló -por decirlo con la palabra clave- la cultura del "consenso" porque eso es lo que querían los españoles, moderación y cambio, libertades, sí, pero con seguridad y estabilidad.
Atendiendo a los resultados, no puede decirse que se errara en el camino elegido ni en los instrumentos empleados. Más bien al contrario, como proclama el éxito internacional del modelo español y como dicen los mismos ciudadanos de nuestro país, según las encuestas sociológicas. La propia obsesión de los grandes partidos en apropiarse sectariamente del "espíritu de la transición" muestra hasta qué punto ha calado la sensación de empresa llevada a buen puerto. Pero, siguiendo siempre el razonamiento de la autora, el rechazo de las posiciones de los que ahora o entonces preconizaban la "ruptura" (la transición como amnesia, silencio impuesto, traición, etc.) no debe llevarnos a una beatificación ingenua del período. Se hizo lo que se pudo, argumenta Aguilar y, además, el margen de maniobra era a menudo muy estrecho. En un presente inseguro y en el que aún no puede asumirse un pasado traumático, parece inevitable que se llegue a un acuerdo de este tipo: "lo fundamental es no repetir la catástrofe, porque así perdemos todos".

Ahora bien, el tiempo ha transcurrido y el régimen democrático se ha asentado. El elogio de la transición, sigue diciendo la autora, es compatible con señalar sus deficiencias. Entonces no se pudieron hacer determinadas cosas, pero hoy sí se puede y hasta (moralmente) se debe. A estas alturas, continúa, ya no cabe refugiarse en el "todos fuimos culpables" sin deslindar las responsabilidades de cada bando. Y en este aspecto el franquismo, que "ni siquiera ha sido explícitamente condenado por todas las fuerzas políticas" (p. 475), tiene mucho de qué responder. Y sus víctimas pueden y deben aspirar a una reparación completa, moral y material.

En sus páginas más polémicas, traza Aguilar una comparación de la situación española con los casos chileno y argentino para concluir que salimos perdiendo, en el sentido de que nuestra democracia ha sido extraordinariamente cicatera con los que lucharon por ella en momentos difíciles y, de modo aún más sangrante, con los inocentes que cayeron en la guerra y los largos años de la dictadura. Es congruente con este planteamiento que el libro termine con unas consideraciones jurídicas sobre las "tareas pendientes" en el caso español en lo relativo a la reparación de víctimas y la condena de los crímenes del pasado.