La pantalla global
Esta obra está construida sobre dos grandes ejes. El primero viene marcado por el gigantesco y brillante análisis que Lipovetsky (París, 1944) viene haciendo de la postmodernidad desde que en 1983 publicase La era del vacío, un espectacular despiece de la sociedad postmoderna. El segundo eje de interés se apoya en el impresionante número de películas diseccionadas en sus páginas, debidas sobre todo al crítico de cine Jean Serroy (1965).
Acostumbrados como estamos los cinéfilos a que sean los directores de filmes los más frecuentes estudiosos del cine, llama la atención este intento de penetrar en los misterios del arte realizado desde la reflexión académica. Para encontrar algo semejante hay que remontarse a los Estudios sobre el cine de Deleuze (1986). Libro este último que, sin duda, ha pesado sobre Lipovetsky y Serroy -profesores en la Universidad de Grenoble- y les ha llevado a adoptar un “enfoque global”. Desde ese parapeto han renunciado a la semiótica del cine, tan querida por Deleuze. Al renunciar a estudiar el cine como un sistema autónomo de signos, al no buscar las estructuras del lenguaje cinematográfico ni pretender un análisis fílmico apoyado en una clasificación de imágenes, nuestros autores se han instalado en un territorio conocido por Lipovetsky: el del cine como hipercine que establece lazos con la sociedad y la cultura mientras transforma nuestra visión de la realidad.
Comienza La pantalla global en la senda trazada por Lipovetsky en sus últimos libros. Abandonado por inadecuado el concepto de postmodernidad, la realidad estaría marcada por una “modernidad superlativa” que se ha transformado, en el siglo XXI, en una hipermodernidad. Tras lo que denomina “la segunda revolución individualista” está el avance de las tecnociencias, el desarrollo de la democracia, los derechos del hombre y el mercado. En esta exploración de la sociedad hipermoderna, Lipovetsky entra no ya en el cine sino en su transformación en hipercine.
Dicha transformación es el producto final de una evolución cuyo primer momento lo encontramos en la “modernidad primitiva” que conforma el marco social y político del cine mudo. Griffith, Lang o Murnau son los grandes directores de la época. En un segundo momento, que va desde los primeros años 30 hasta 1950, se despliegan los estudios cinematográficos. Estaríamos en la “modernidad clásica”, época en la que el cine se convierte en el ocio popular por excelencia y el director es un engranaje más de una gran producción industrial.
El tiempo transcurrido entre los años 50 y 60 ejemplifica la modernidad vanguardista. Aparecen los signos que anticipan una ruptura estética. La nouvelle vague francesa, el free cinema inglés, el cine de la Europa del Este o el cinema nouvo brasileño conforman las vanguardias que anuncian una transformación radical en las formas de hacer cine. Se busca otra manera de escribir guiones, se modifican las reglas del montaje y se impone la juventud como valor dominante. Freud invade Hollywood y el cuerpo se abre paso. Esta modernidad liberadora e individualista rompe el molde del cine clásico. Transcurridos los 80 se entra en una cuarta fase de la historia del cine que transcurre paralela a la dinámica individualizadora y a la mundialización de la economía. “Cuando la revolución no está ya en candelero, el cine experimenta la más radical de su historia”.
Para los autores, la transformación hipermoderna afecta al conjunto de la sociedad e inicia la andadura de la pantalla global. Las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación remiten al “nuevo dominio planetario” de la pantallaesfera. Se consagra una “pantallocracia” como resultado de la convergencia de las múltiples pantallas que rigen la vida social. Dicha vida social se construye sobre los cuatro grandes principios organizadores de la era hipermoderna: la teconociencia, el mercado, la democracia y el individuo. En esta sociedad del hiperconsumo, el cine cumple una función narrativa que no sólo mueve conciencias sino que se convierte en un modelo de interpretación del mundo.
La pantalla global es un texto que rezuma optimismo. Los autores no ven más que ventajas en el mundo “apantallado” en el que estamos entrando. No les inquieta la proliferación de cámaras que espían al ciudadano ni la publicidad. Seguramente aciertan, el mundo es hoy más libre y responsable, pero quizá quedan zonas oscuras, por las que los autores pasan de largo.