Con los ojos abiertos
Marguerite Yourcenar
26 junio, 2009 02:00Marguerite Yourcenar. Foto: JP Laffont
Hay que renunciar a querer saberlo todo de Yourcenar. Y, sin embargo, Con los ojos abiertos (Plataforma), una larga conversación del periodista Matthieu Galey con Marguerite Yourcenar (1903-1987), es la prueba de una identidad intelectual, el descenso a la intimidad de un pensamiento. En Las memorias de Adriano, Yourcenar le hace decir al emperador: "Cuando considero mi vida me espanta encontrarla informe. La existencia de los héroes, según nos la cuentan, es simple; como una flecha, va en línea recta a su fin". La autora nacida en Bélgica, pero criada en Mont-Noir, en el Flandes francés, desconfiaba de las vidas resumidas en una fórmula. La primera mujer que ingresó en la Academia Francesa en 1980, recriminando en su discurso a sus colegas académicos haber dejado de lado a grandes autoras como Madame de Staël, George Sand o Colette, vivió en un movimiento continuo hacia un conocimiento humanista exhaustivo.Las fuentes griegas y romanas, los mitos, las religiones, las literaturas orientales o la reflexión filosófica componen en la vida y obra de Yourcenar una realidad tan firme como el día a día de la ciudadana universal que atendió en la enfermedad a su compañera Grace Frick, viajó incansablemente y cuidó el jardín de su casa en la isla de Mount Desert. La mujer de vida sencilla que escribe en Archivos del Norte: "Amaso el pan; barro el umbral; después de las noches de mucho viento, recojo la madera muerta...".
Y esa predisposición hacia la trascendencia, esos recorridos interiores, resultan, habitualmente, difíciles de resumir en los avatares de una biografía. Los trabajos biográficos de Josyane Savigneau (1991), Michèle Sarde (1995) o Michèle Goslar (1998), por citar las aproximaciones más interesantes, invitan a dejarse cautivar por Yourcenar y sus circunstancias. Pero, en realidad, su enigma no reside en los hechos ni en las fechas, sino en el poder de un pensamiento potentísimo, atravesado hasta sus últimos días por constantes interrogaciones sobre la aventura humana. Por eso, Con los ojos abiertos, aceptado y firmado por la autora, y publicado en Francia en 1980 es uno de los textos más esclarecedores que podemos leer sobre Yourcenar.
Aquí están las genealogías de muchas de sus obras, la utilidad de la soledad, su relación con lo sagrado, la ecología, su infancia en Mont-Noir, la ausencia materna, el padre, Michel de Crayencour, el aprendizaje del nomadismo y la cultura, Grecia, el amor, el Zenon de Opus Nigrum; Adriano y Antínoo. Concluyamos entonces que esta obra encierra una gran parte de la gran Yourcenar.
A lo largo de estas pláticas, las reflexiones se insinúan y reaparecen, algunas nos son ya conocidas o nos sorprenden, prolongando el placer de quienes han tenido el privilegio de leer Alexis o el tratado del inútil combate, o esa obra sublime, Fuegos, casi sin igual en la poética hirviente del Amor, o las observaciones sobre Japón de Una vuelta por mi cárcel, obras que, conviene recordar, están siendo reeditadas con gran acierto, a precios de crisis, por Punto de lectura, con las inmejorables traducciones de Emma Calatayud.
Si el diálogo con los textos de Yourcenar (como ocurre con las obras maestras) siempre es inconcluso, acaso confrontarnos con las meditaciones de la autora nos ayude a ir más lejos en su escritura y en su vida.