Image: Borrón y cuenta vieja

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Ensayo

Borrón y cuenta vieja

Jesús Pardo

17 julio, 2009 02:00

Jesús Pardo. Foto: Antonio Heredia

RBA. Barcelona, 2009. 314 pp., 22 euros


Pertenece Jesús Pardo (Santander, 1927) a la generación literaria que alcanzó la madurez en la primera posguerra, y que, por tanto, ha tenido el dudoso honor de pasar a la Historia (o al olvido, que viene a ser lo mismo) como una generación empequeñecida, sobrepasada por las circunstancias o sometida de buen grado a las mismas. Se la ha juzgado con excesiva dureza, y sobre el veredicto ha pesado la soberbia de quienes, por haber nacido en épocas más propicias para la exhibición de la disidencia, se permiten juzgar con acritud a quienes mantuvieron encendida la llama del fervor literario hasta la llegada de esos tiempos mejores. No otra es la función que este memorialista atribuye a esos "herederos del viento", primeros compañeros suyos de armas: "hicieron lo que pudieron, según sus luces y sus ideas, bajo la bayoneta y el hisopo".

A ese papel testimonial se apunta este Borrón y cuenta vieja, tercera y última entrega del ciclo memorialístico que abrió Autorretrato sin retoques (1999) y Memorias de memoria (2001). Autor tardío, a quien la vocación literaria condujo al periodismo, puede que este ciclo de memorias sea la obra mayor de Pardo, la que le ponga definitivamente a salvo de ese constatado olvido en el que sitúa, no sin melancolía, a todos esos compañeros de café y aspiraciones, a quienes dedica las mejores páginas del libro. Para esto tal vez sí le sirvió de algo el periodismo: para afinar el instrumento de quien aspira a dejar testimonio de sí mismo y de su tiempo; y para forjar una personalidad curiosa y atrabiliaria a un tiempo, con un toque de cosmopolitismo (el que le ha dado su paso por varias corresponsalías extranjeras) muy bien mezclado con un aristocratismo sin mucho fundamento, que recuerda al de González-Ruano; una clara inclinación bohemia ma non troppo y una cultura de amplísimo espectro, casi inasimilable por una sola persona.

El objetivo de estas memorias no es, no puede ser otro que la reivindicación del personaje que sustenta esa variopinta personalidad. Y el mérito de esta última entrega estriba en hacerlo desde un periodo vital en que el personaje se sabe ya derrotado por los años y se prepara para el buen morir. No parece que haya trampa ni cartón tras estos propósitos: cuando da cuenta, por ejemplo, de la honda depresión con la que se inició su vejez, no ahorra detalles de una escalofriante cotidianidad; y tampoco lo hace cuando desglosa el apretado programa vital (lecturas, amistades, viajes) que ha diseñado para ocupar sus últimos momentos.

Pero lo mejor de este libro, decíamos, son las páginas dedicadas a los escritores que conoció a su llegada a Madrid, a finales de los 40. En ellas acierta a delinear cada personaje con unos pocos trazos decisivos, en los que se alternan la consideración piadosa que merecen los olvidados con la puya a quienes, como C. J. Cela o Emilio Romero, disfrutaron de fama pero no lograron escapar a la mediocridad ambiental, reflejada en el grotesco exhibicionismo del primero o en la soberbia estéril del segundo.

Al final de estas páginas elegíacas, bien puede el lector llegar a la conclusión de que quien las redacta se ha retratado en el conjunto. Y que su mejor obra, como la de éstos, no puede ser otra que su propia vida. Sólo que, a diferencia de ellos, sí ha podido dejar testimonio explícito, y no necesariamente complaciente, de su paso por la tierra.