Ensayo

La Física de lo imposible

Michio Kaku

17 julio, 2009 02:00

Michio Kaku. Foto: Hyperspace Productions

Traduc. de J. García Sanz. Debate. Barcelona, 2009. 464 pp., 20,90 euros


Imposible, diremos, dado el estado actual de la física pero, ¿podemos asegurar que en un futuro, acaso de miles de años, no habrá avanzado la tecnología lo suficiente como para que sean factibles algunas de las invenciones que hoy no pasan de ser una fantasía? Justamente son las novelas y películas de ciencia ficción las que explotan esos argumentos, aunque muchos de ellos aparecen ya de una u otra forma en la mitología y en la literatura más clásica. De hecho, casi todos los capítulos comienzan con viejas narraciones bíblicas, folclóricas o míticas emparentadas con el tema que va a desarrollar y enlazan después con títulos como Star Trek, La mosca, ET, El hombre invisible, 2001, una odisea en el Espacio o Flash Gordon. Lo que Kaku (San José, California, 1947))se propone es analizar cuáles de esas tecnologías que consideramos imposibles podrían muy bien convertirse en habituales en décadas o siglos venideros.

En tres categorías clasifica esas imposibilidades. La que llama Clase I está constituida por aquellas tecnologías que aún siendo totalmente imposibles no violan las leyes conocidas de la física. La invisibilidad es una de ellas, posible dentro de estas leyes pero con grandes obstáculos técnicos en cuanto nos salimos de las microondas. No obstante, la carrera ya ha comenzado con la creación de metamateriales que pueden curvar también la luz visible, orillando los cuerpos; aunque, como dice con gracia el autor, no va a ocultarnos a la vista gracias a un manto prodigioso: "Para hacer invisible a Harry Potter habría que licuarlo, hervirlo para crear vapor, cristalizarlo, calentarlo de nuevo y luego enfriarlo, todo lo cual sería muy difícil de conseguir incluso para un mago". También las pistolas de rayos o las espadas luminosas, como en La Guerra de las Galaxias, están lejos de la tecnología actual; tal vez nuevos avances de la ciencia de materiales y de la nanotecnología podrían hacerlas viables al final de este siglo.

El teletransporte, admitido en el nivel atómico, es otro fenómeno de esta clase que, a lo largo de este siglo, podría aplicase a moléculas complejas, virus o células vivas. Pero si lo elevamos a un nivel macroscópico, un ser humano por ejemplo, aunque las leyes de la teoría cuántica permitirían teletransportarlo, habría que esperar varios siglos para lograrlo y quedaría fuera de la Clase I. Lo mismo pasa con algunas formas de telepatía si se trata de leer exactamente el funcionamiento interno de la mente; aunque sí estaría dentro de la clase conocer, a través de la cartografía del cerebro, qué neuronas se disparan para producir un pensamiento específico. Pasa luego el autor a problemas de psicoquinesia para seguir con los de inteligencia artificial, robots, y también ovnis y naves estelares, ya que quizá en el plazo de un siglo podría desarrollarse la técnica de motores de antimateria que las impulsasen.

La Clase II estaría formada por tecnologías que llegan a los límites de nuestra comprensión del mundo físico y, si son posibles, sólo podrían hacerse realidad en un futuro de miles o millones de años. Pensemos en las máquinas del tiempo, universos paralelos, viajes en el hiperespacio o por agujeros de gusano. El problema del viaje en el tiempo exige una teoría que combine la relatividad general con la teoría cuántica, la tan perseguida teoría del todo: habría que esperar siglos para construir tal máquina y poner a punto esas teorías.

Por último, la Clase III la componen todas las cosas que, simplemente, violan las leyes de la física que conocemos. Ahí estaría la confección de una verdadera máquina de movimiento perpetuo, imposible salvo por un cambio radical en nuestra concepción de la física a escala cosmológica. Como descartada está la precognición que, si se llegase a probar, causaría igualmente una conmoción importante en los mismos fundamentos de la física moderna. Y otras que pueden surgir. Parece que en las próximas décadas deberá haber información suficiente para distinguir entre las distintas hipótesis sobre el pre-big bang y la teoría de cuerdas resultaría ser el instrumento para determinar el destino final del Universo; aunque algunos físicos no lo creen. Siempre habrá cosas más allá de nuestro alcance -dice el autor-, y como las leyes naturales son cognoscibles y finitas, los próximos años podrían ser los más excitantes cuando exploremos el Universo con una nueva generación de tecnologías. "No estamos en el final sino en el principio de una nueva física. Pero, encontremos lo que encontremos, siempre habrá nuevos horizontes esperándonos". Palabras que cierran este libro tan ilustrativo, jugoso y entretenido.