Image: Breve historia de la Ciencia

Image: Breve historia de la Ciencia

Ensayo

Breve historia de la Ciencia

Patricia Fara

30 octubre, 2009 01:00

Trad. F. Pedrosa. Ariel. Barcelona, 2009. 591 páginas, 32’50 euros


El título original de este libro -Science. A four thousand year history-, lleva implícita una amplia definición de la Ciencia que no la limita a lo teórico ni la restringe al conocimiento obtenido mediante lo que se conoce como el método científico, propugnado por Francis Bacon en su Novum organum en una fecha tan tardía como 1620, y que mucho menos se atiene al concepto moderno de científico, que apenas data de 1833. Patricia Fara (Oxford, 1948), profesora de Historia y Filosofía de la Ciencia en la Universidad de Cambridge, incluye en su definición lo conceptual y lo aplicado, la idea y el objeto, los descubrimientos y los inventos, la actividad en sí junto a sus actores y circunstancias, incluso la magia y la alquimia. Al ceñirse a los últimos cuatro milenios -la edad de la escritura- no considera el rico legado de la prehistoria cuyas numerosas joyas, de la rueda al arado y la fermentación alcohólica, han enriquecido nuestra vida hasta el presente.

Fara dice desmarcarse de otras aproximaciones al tema en cuanto pretende escribir contra la consideración de los científicos como héroes, para retratarlos como "personas reales, hombres (y algunas mujeres) que tenían que ganarse la vida, que cometían errores, que pisoteaban a sus rivales y que a veces se aburrían y se ponían a hacer otra cosa". También toma partido contra una pretendida superioridad de la ciencia europea y contra la concepción de la actividad científica como una sucesión de ideas originales que se verifican experimentalmente, cada paso encadenado con el siguiente en una fría trayectoria rectilínea. En aparente contradicción, su texto se ordena cabalísticamente en siete partes que contienen siete capítulos cada una, según un orden sólo aproximadamente cronológico en una sucesión de temas concretos, más que en función de los acontecimientos históricos.

En cierta medida, Fara se dedica a derribar castillos de su propia construcción, ya que por lo general se sabe bien que la actividad científica avanza de forma errática y está llena de vacilaciones, fracasos y desviaciones sin fruto y que sobre ella influyen toda suerte de poderes y motivaciones espurias. Es también sabido que la búsqueda pura del conocimiento siempre acaba contaminada por otras pulsiones e intereses no siempre confesables. La investigación es una tarea colectiva y la proporción de delincuentes entre la comunidad científica no tiene por qué ser inferior a la que se da en cualquier otro colectivo, aunque tampoco mayor. Si se examinan los últimos siglos de la historia literaria, los científicos aparecen retratados más como villanos, del Dr. Fausto al Dr. Extrañoamor, que como seres benéficos y simpáticos; muy rara vez como héroes. De forma implícita, Fara parece no tener en cuenta que cualquier primicia científica, por hábil y poderoso que sea su autor en la divulgación inicial, no se considera ciencia hasta que no ha sido refrendada por otros: es como un sistema judicial en el que no haya límite en el número de instancias a las que un caso puede someterse.

En el texto se dice que las mujeres científicas fueron pocas y a menudo anónimas, sin embargo es poco lo que se hace para establecer el lugar que les corresponde en esta historia. Así por ejemplo, pasa por Alejandría sin mencionar a Hipatia, ignora a Barbara McClintock y apenas dice nada de Marie Paulze, Madame Lavoisier. En su intento de desacreditar patrioteramente a Lavoisier frente al británico Priestley, Fara pierde la ocasión de decir algo más jugoso sobre Paulze, verdadera heroína anónima (ésta sí) de la ciencia. Al despreciar la contribución francesa al descubrimiento del oxígeno, Fara minusvalora lo que vino a ser la fundación de la química moderna ya que no parece entender que en ciencia la prioridad se atribuye no tanto al que ve primero algo sino al que primero interpreta correctamente lo visto (el caso de Darwin y la evolución, por ejemplo).

El alineamiento de la autora con los que niegan que la ciencia haya contribuido al progreso humano, queda cuestionado por su propio texto que, objeciones aparte, es una buena y apretada síntesis de una larga historia.