Detrás de las barricadas españolas
John Langdon-Davies
30 octubre, 2009 01:00Barricada en Madrid
El autor de la introducción apoya sus reflexiones iniciales en la opinión del periodista norteamericano Herbert L. Matthews, que criticaba "la estupidez de los editores y lectores que exigen imparcialidad", aunque manifestara una paradójica confianza en que "la verdad acabará por prevalecer a la larga". En la misma línea, acude al testimonio de Martha Gellhorn, que rechazaba "toda esa basura de la objetividad".
Esa forma comprometida de hacer historia no le impide reconocer los serios problemas que la República tuvo desde un principio por las resistencias encontradas a la aplicación de su programa de reformas. En ese sentido, la innegable violencia desatada en la zona republicana a comienzos de la guerra no tiene, según el autor de la introducción, una explicación sencilla, aunque apunte a la necesidad de conjurar peligros potenciales o a estallidos de furia popular en respuesta a las agresiones del bando sublevado.
Langdon-Davies, por su parte, lo deja claro desde el principio: "Creo que un bando tiene la razón y el otro está criminalmente equivocado". Ese bando que lleva la razón es, por supuesto, el republicano y el autor reconoce que su testimonio está dominado por los sentimientos de pena y rabia. "Y esa rabia no es tanto contra aquellos que han causado todo esto a España como contra quienes, en nuestro propio país, desean su triunfo". En el último capítulo, en el que reflexiona sobre el valor que la experiencia española tiene para los ingleses, el autor señalará al periódico Observer como la principal plataforma de esa propaganda profranquista.
Para Langdon-Davies, quienes apoyaban a la República eran "gentes sencillas, humilladas y ofendidas, cuyas esperanzas de que fuera a acabar la Edad Media fueron desbaratadas por una insurrección subvencionada desde el extranjero". Era difícil encontrar, a la altura de 1936, una descripción más acabada de una imagen tópica de la España atrasada, con desprecio del prolongado esfuerzo de modernización que el país había experimentado en los cien años anteriores.
A partir de ahí, sin embargo, todo queda diáfanamente claro y la crónica de Langdon-Davies, escrita con gran viveza y excelentemente traducida, ofrece una imagen absorbente de aquellos meses de la primavera y el verano. El autor arranca de la celebración del 1 de mayo en el Paseo del Prado madrileño, para terminar en las calles toledanas mientras se desarrollaba el asedio del Alcázar. Un corto espacio de tiempo, pero un largo y doloroso camino para una sociedad que se despeñaba en un cruel conflicto civil.