Ensayo

Recuerdos marroquíes del Moro Vizcaíno

José María de Murga

30 octubre, 2009 01:00

Ed. de Federico Verástegui. Miraguano. Madrid, 2009. 426 páginas, 23 euros


El mundo de los grandes viajeros es el mundo de los outsiders, de los inadaptados de uno y otro bando, de los visionarios y los proscritos, de los perversamente curiosos. Tal vez una manera nada ingenua de describir el carácter de una nación pase por el filtro indiscutible del análisis de las razones por las que han viajado los ciudadanos de esa nación. Los españoles sólo han viajado a lo largo de su historia o bien porque eran exiliados, o porque eran conquistadores, razones de no poco peso, pero entre las que brilla por su ausencia un interés real por el otro que tal vez sea un rasgo significativo de nuestro carácter. Y de entre nuestras complejas relaciones con lo otro el asunto moro tal vez sea el más complejo de todos.

Las expectativas que genera un personaje como José María de Murga son poderosas. Nacido en Bilbao en 1827 y procedente del poderoso linaje de Ayala, tras abandonar el ejército empleó su fortuna familiar en sus viajes. "Lo que ha habido y hay es un poco rareza de carácter o excentricidad, si así quiere llamarse -escribe Murga en una carta- un poco de aburrimiento (Spleen) de la monotonía de nuestra sociedad civilizada… y por fin algo de gitano que debe de haber en la casta de los Murga y que me hace andar y andar". El 2 de enero de 1863 emprendió su primer viaje a Marruecos. Lo recorrió -como recuerda Federico Verástegui- durante casi tres años, vestido con chilaba y turbante, y acompañado de un sirviente y un burro. Sufragó sus gastos con su fortuna, se hizo pasar por renegado, trabajó como sacamuelas, exorcista, santón y buhonero. De Tánger se trasladó a Larache, vendió bisutería en Essaouira, donde terminó pidiedo limosna en la mezquita y tomó el nombre de El Hach Mohamed el Bagdády.

Murga es, antes que nada, un personaje literario, una rara avis en el más bien escuálido mundo de los viajeros españoles y por eso la rareza de este libro reside más en la excepcionalidad del personaje que en sus hallazgos literarios. El lector termina encontrándose con textos atrevidos (como el episodio de los renegados), pero su interés sigue residiendo en el filtro que los enuncia. El atrevimiento de Murga rebautizado de paria es el de los viajeros que deciden no dar nada por sabido e introducirse en los mundos que desconocen antes de juzgarlos, para esperar a que aparezcan delante de ellos en toda su ambigua y completa dimensión. En ese sentido, se convierte en una guía de viajeros, en una lección sobre qué actitud debe tener aquel que viaja. "Un hombre que viaja, es un hombre que espera" decía Sterne. ésa fue tal vez la grandeza del moro Vizcaíno. La de sentarse a esperar.