Image: Sables y utopías. Visiones de América Latina

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Ensayo

Sables y utopías. Visiones de América Latina

Mario Vargas Llosa

30 octubre, 2009 01:00

Mario Vargas Llosa. Foto: Alberto Aja

Editorial Aguilar. Madrid, 2009. 479 páginas, 21 euros


Mario Vargas Llosa (Arequipa, 1936) es algo más que un intelectual o un novelista. Y no sólo porque a lo largo de su dilatada existencia profesional haya incursionado en el periodismo, la dramaturgia o la poesía. Vargas Llosa se ha constituido en los últimos años en un militante por la democracia, en un luchador por la libertad y en un referente moral frente a quienes de un modo obsceno se atosigan de poder, llámense Hugo Chávez o Berlusconi. Sus artículos periodísticos le han permitido llegar puntual a su cita regular con sus lectores. También son una herramienta de denuncia contra los populismos y la demagogia, y contra cualquier atentado contra las reglas y las instituciones democráticas en América Latina y en otras partes del globo.

Sables y utopías es una recopilación de sus mejores artículos sobre América Latina, un continente con el que lo une un compromiso particular, centrado inicialmente en su Perú natal. Su compromiso con el país llegó a tal extremo que llegó incluso a ser candidato a presidente en unas elecciones que finalmente perdió frente a Fujimori. Resulta interesante el criterio con el que se hizo la selección de artículos para el libro, ya que algunos se remontan a la década de 1960, cuando Vargas Llosa todavía miraba con cariño a la Revolución Cubana y a su líder máximo, Fidel Castro. Al haber incluido artículos tan lejanos en el tiempo es posible seguir la evolución política e ideológica del autor de Conversación en la catedral y en sus intentos no sólo de responder a la pregunta de "¿cuándo se jodió el Perú?" sino también de explicar las fuerzas telúricas y los movimientos tectónicos que inciden en la política regional.

El paso del tiempo permite también detectar algunas contradicciones en ciertos análisis. Por ejemplo, llama la atención su actitud benévola con la revolución sandinista y su crítica implacable a la revolución bolivariana o a los intentos de construir el socialismo del siglo XXI. Es verdad que las coyunturas son diferentes, y el tiempo arrojó mucha luz sobre algunos personajes, como Daniel Ortega o su actual mujer Rosario Murillo, inicialmente puestos como modelos de trabajo y compromiso y luego duramente criticados. Pero, como dije, Vargas Llosa juega con las cartas boca arriba, sin querer exhibir una imagen de coherencia temporal. Sus actuales convicciones quedan meridianamente claras en el libro.

Uno de los dramas latinoamericanos es la falta de gente comprometida seriamente con la democracia, pero éste no es el caso. Sus artículos, como queda demostrado en estas páginas, son un azote de totalitarios, de populistas o de bolivarianos, de indigenistas de postín que en la búsqueda de salidas utópicas no tienen el menor problema en resignar las libertades costosamente conquistadas a lo largo de largas décadas. Una de sus obsesiones, por decirlo de alguna manera, es su condena del monopolio del poder, de aquellos movimientos políticos que tienden a concentrar todo el poder en la figura de su líder y cierran cualquier canal que permita expresarse a la oposición. Frente al discurso de patria o antipatria, prefiere apostar por el diálogo y la reflexión.

Por eso Vargas Llosa glosa a Borges para decir que en el dominio del patriotismo los pueblos sólo toleran afirmaciones. Quizá aquí encontremos una de las motivaciones de nuestro autor para renegar de los nacionalismos. Su búsqueda del matiz, de las valoraciones, de los detalles le hace rehuir de juicios de valor absolutos y de lugares comunes. El libro combina retratos primorosamente pintados con otros en los que los brochazos ponen de manifiesto una mayor cercanía, vital o afectiva, con el problema en cuestión. De todos modos, América Latina vista con los ojos de Vargas Llosa no deja de ser un territorio digno de ser observado. Pese a todos los problemas e inconvenientes, pese a la lucha permanente por alternar a espadones mesiánicos con revolucionarios igualmente mesiánicos, nuestro autor conserva muchas palabras para seguir apuntando a la esperanza.