Image: Evolución. El mayor espectáculo sobre la Tierra

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Ensayo

Evolución. El mayor espectáculo sobre la Tierra

Richard Dawkins

11 diciembre, 2009 01:00

Richard Dawkins. Foto: Benito Pajares

Tradución de Jesús Fabregat. Espasa. 430 pp. 22’90 e.


Desde que, en 1976, Richard Dawkins (Nairobi, 1941) irrumpió en el mundo de los best-sellers científicos con El gen egoísta ha publicado una decena de libros que, si bien no han alcanzado la originalidad y la brillantez del primero, nunca han dejado de levantar revuelo, especialmente algunos como El espejismo de Dios, en el que arremetía contra la religión desde el más radical ateísmo. El texto que ahora nos ocupa es, junto a libros como Por qué la teoría de la evolución es verdadera de Jerry Coyne, una brillante síntesis de la evidencia que respalda la teoría de la evolución y uno de los alegatos mejor construidos contra los defensores del diseño inteligente y del creacionismo. En un apéndice titulado "Los negadores de la historia" se justifica la necesidad del libro con la glosa de diversas encuestas que muestran la penetración de los credos creacionistas. Así por ejemplo, en Estados Unidos, el 44 por ciento de los encuestados creía que "Dios creó a los seres humanos de una forma muy similar a la actual en algún momento durante los últimos 10.000 años".

Los elementos que dan solidez a la teoría de la evolución proceden de ámbitos muy diversos, que van de lo que podíamos llamar el escenario y el tiempo en que se desarrolla el fenómeno -la biogeografía y la tectónica de placas; la edad de la tierra y el tiempo geológico- a la observación directa de ejemplos de evolución de distintos organismos, incluido el humano, junto a la biología del desarrollo y la embriología, sin olvidar aspectos centrales como el registro fósil y el árbol de la vida.

La complejidad de una eficaz defensa de la teoría de la evolución radica en que estamos ante un fenómeno que carece de experimento testigo o control, ya que sólo se conoce por ahora una única ocurrencia. A pesar de todo, la evidencia a favor de la teoría es ya tan sólida como la que más. En este contexto, resulta significativo que Dawkins dedique el segundo capítulo del libro, titulado "Perros, vacas y coles", a la evolución de las plantas y animales en domesticidad, tema al que Darwin dedicó uno de sus libros menos acertados, La variación de los animales y las plantas bajo domesticación (1968). A falta, por ahora, de un segundo planeta en el que haya florecido la vida, la domesticación y evolución por selección artificial constituye el único caso control o, si se quiere, experimento a gran escala de que disponemos. Dos años antes de la publicación de la teoría darwiniana, Louis de Vilmorin publicó la demostración experimental de los dos mecanismos básicos de la evolución; el de generación de variabilidad y el de selección (artificial). Sin embargo, ni entonces Darwin, ni ahora Dawkins apreciaron plenamente el significado de la mejora vegetal como evidencia del proceso evolutivo.

Dawkins es claro y didáctico, brillante e ingenioso, con un estilo ácido, irónico y humorístico a un tiempo, y es precisamente este último aspecto, su tono, el que ha levantado acusaciones de arrogancia, quizá porque prefiere expresar su rechazo a la contumaz ignorancia de los creacionistas antes que intentar sacarles de sus errores. Convence a los que creemos que la teoría evolutiva está bien establecida pero el tono aleja a escépticos y detractores.

Es posible que Richard Dawkins sea uno de los científicos contemporáneos con más apodos del planeta: se le conoce como el rottweiler de Darwin, por su defensa del autor de El origen de las especies; el Harry El Sucio de la ciencia, por su vehemencia, y el capellán del Diablo, por sus posiciones antirreligiosas.