Image: Tifus

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Ensayo

Tifus

Jean-Paul Sartre

11 diciembre, 2009 01:00

Jean-Paul Sartre. Foto: Archivo

Trad. Horacio Pons. Edhasa. 2009. 216 páginas, 17’50 euros


Jean-Paul Sartre tenía 38 años en 1943, cuando dio a conocer el drama Las moscas y publicó El ser y la nada, cinco años después de la edición de La náusea. Todavía no había tomado cuerpo su intensa y serpenteante actividad política. Faltaban dos años para la fundación, con Merlau-Ponty, de la revista "Les Temps Modernes".

Según explica en el prólogo de Tifus su hija adoptiva y legataria, Arlette Elkaïm-Sartre, a mediados de 1943 la productora Pathé encargó a algunos escritores la redacción de guiones. Sartre aceptó con entusiasmo el reto. Quería que el cine explotara todas las posibilidades que, según él, no habían potenciado ni el cine mudo ni todavía el sonoro. Quería que las películas hablaran "de la multitud a la multitud", lo cual "no significa que el cine deba prohibirse los dramas de amor o los conflictos entre individuos". Sartre escribió, durante tres años, una docena de guiones. Ninguno llegó a rodarse. Sólo tres fueron divulgados en letra impresa. Hace dos años, Gallimard dio a la imprenta Tifus, que ahora edita Edhasa y que fue, al parecer, el guión sartriano que más cerca estuvo de la pantalla. De hecho, Yves Allégret rodó Los orgullosos (1953), cuya trama se inspiraba en Tifus. Sartre no reconoció su vinculación autoral al filme.

Tifus narra una devastadora epidemia de esa enfermedad en Malasia. Los indígenas caen como moscas y son objeto de despreciables estafas en el improvisado negocio de administración de las vacunas. En el intento de abandonar el país por barco, la historia une a una cantante de cabaret de vida ligera y a un médico abismado en el alcohol. Acabarán amándose. Camus, el "rival" de Sartre, publicó La peste después, en 1947. De todos modos, Tifus no tiene el carácter de alegoría política de la novela de Camus, aunque sí un fuerte contenido político. Es una narración maniquea, en la que los infortunados malayos son los buenos, sometidos y despreciados, mientras que los colonos blancos son malísimos y desalmados.

Hay, eso sí, una atmósfera y una intriga. Y, como hemos dicho, una historia de amor. Todo ello engarza con la visión existencialista sartriana -la vida como infierno- y con un discurso político antiburgués y anticolonialista que no quiere saber nada de matices. El guión editado se puede leer como un relato, aunque no sin dificultades. En dos columnas distintas se separan los diálogos y las prolijas descripciones tanto sobre los escenarios y la acción como sobre la planificación y los movimientos de cámara. Pese a lo abrumador del maniqueísmo político, la narración es legible en cuanto que entronca con climas y argumentos como los de Lluvia (1932), de Somerset Maugham, y Amok (1922), de Zweig, con gotitas de la conradiana Lord Jim (1900), en el drama de conciencia del personaje del médico. Casi puede suponerse que, como sucederá, Sartre presenta a los personajes condenados por los bienpensantes -la cantante ligera de cascos y el galeno borrachuzo- como los únicos capaces de regenerarse éticamente, es decir, de asumir un compromiso solidario a favor de los desheredados, condición sartriana para que exista una remota posibilidad de aliviar el infierno.

Sartre firmó una muy buena adaptación al cine de Las brujas de Salem (Raymond Rouleau, 1957), de Arthur Miller. A la pantalla se han llevado no pocas obras suyas (Las manos sucias, A puerta cerrada, Los secuestrados de Altona, La puta respetuosa, Kean…), pero el escritor sólo se mostró contento de una película de Serge Rouillet: El muro (1967). John Huston cuenta en sus memorias las penalidades que pasó con Sartre cuando tuvo la idea de pedirle un guión sobre Freud. La segunda versión del escritor -que debía aligerar la primera- daba para una película de ocho horas. Rompieron relaciones.