Lorca. El último paseo.
Claves para entender el asesinato del poeta
8 enero, 2010 01:00Federico García Lorca
El Festival de Nimes celebra, hasta el día 23, dos décadas de trayectoria entre la tradición y la vanguardia del flamenco. Su programa tiene el doble de citas y en él destacan dos cantaores, el asiduo Diego Carrasco y un debutante Antonio Campos, que triunfa en Francia.
La lógica criminal de unos sublevados, deseosos de ejercer una represión que aterrorizara a la ciudadanía, llevó al estúpido asesinato de uno de los más grandes poetas que había en España en agosto de 1936. Más allá de eso, todo lo que se diga -cuáles fueron los móviles de quienes le detuvieron, qué día le asesinaron, dónde está enterrado- no deja de ser historia menuda. Historia pequeña, miope y, a veces, enfermizamente morbosa.
No hace muchos días que los sobrinos del poeta nos han dicho que el verdadero homenaje al poeta está en la lectura de su obra y recordaban unos impresionantes versos de Poeta en Nueva York (1930) que parecen premonitorios de lo que ha estado ocurriendo en estos días. "Cuando se hundieron las formas puras / bajo el cri cri de las margaritas,/ comprendí que me habían asesinado./ Recorrieron los cafés y los cementerios y las iglesias, / abrieron los toneles y los armarios,/ destrozaron tres esqueletos para arrancar sus dientes de oro./ Ya no me encontraron./ ¿No me encontraron?/ No. No me encontraron"
Pero la historia menuda sigue creciendo, en paralelo con la fiebre excavadora que parece haberse apoderado de algún biógrafo del poeta y de los cultivadores oportunistas de la memoria histórica. Porque historia menuda es la que ofrece Gabriel Pozo con este conjunto de materiales semielaborados de no muy cuidada factura.
La pieza más novedosa del volumen es la entrevista que tuvo el autor con la actriz Emma Penella a finales del 2003. La actriz, fallecida en el 2007, era la hija mayor de Ramón Ruiz Alonso, un ex diputado de la CEDA y redactor del diario Ideal, que protagonizó la detención de García Lorca en la tarde del 16 de agosto. En la entrevista, la señora Penella insistía en que sólo se trataba de dar un escarmiento -un susto- a García Lorca "para que confesara todo lo que sabía de Fernando de los Ríos y que firmara una denuncia contra él". Esa explicación, que se repite en diversos pasajes del libro, no puede ser más endeble porque la actividad de Fernando de los Ríos era de dominio público -desde el 23 de julio anterior estaba en París, tratando de adquirir armas para el Gobierno de la República- y no tenía ningún sentido hacer una denuncia contra él. Por otra parte, no vivía en Granada desde hacía años. A finales de 1930, había ganado una cátedra en la Universidad de Madrid y, pocos meses después, sería nombrado ministro.
De hecho no tenemos constancia de que Fernando de los Ríos se refiriera la muerte de Federico hasta mediados de noviembre de 1936. Lo hace en una carta que dirigió a Pedro Salinas, cuando De los Ríos estaba ya en Washington como embajador. "¡Qué horror y qué imbécil crimen!", apostillaba.
Con todo, el testimonio de la señora Penella -que le honra como hija- no deja de resultar revelador de la enorme soledad en la que, después de la guerra, vivió Ramón Ruiz Alonso que es, quizás, el personaje mejor elaborado de este libro. Un político ambicioso que estuvo en el centro de la lucha por el poder que se desarrolló en Granada, entre los elementos de la CEDA y los falangistas, en los días iniciales de la guerra. Al final, su intervención en el apresamiento y asesinato de Lorca terminaría por volverse contra él y, después de la guerra, sería abandonado por unos y por otros.
Del resto del libro resultan interesantes las transcripciones de las entrevistas que los investigadores lorquianos celebraron con Ruiz Alonso entre 1956 y 1975, así como los testimonios de los sobrinos del poeta, empeñados en preservar la memoria de su tío de las presiones de los pescadores en río revuelto.