Clint Eastwood
Patrick McGilligan
29 enero, 2010 01:00Clint Eastwood. Foto: Dan Steinberg
Una vida, ciertamente, muy cumplida. En lo personal, dos esposas, tres relaciones estables más, infinidad de amantes, siete hijos de cinco mujeres distintas y una corta experiencia política (1986-1988) como alcalde republicano de Carmel, pequeña ciudad de origen español al sur de California.
En lo profesional, decenas de películas como actor y van para treinta y dos sus filmes como director, desde que debutara, en 1971, con Escalofrío en la noche. Como intérprete, dotado de una alta, monolítica y dura sosez de palo, su carrera se lanzó con el éxito de un serie televisiva, Rawhide (1954-1963), que no hubiera sido suficiente sin la imagen de vaquero silencioso y de ceño fruncido, puro al morro, gatillo fácil y poncho inesperado que inmediatamente lo consagró en la trilogía de "spaghetti-western" rodada por Sergio Leone en Almería: Por un puñado de dólares (1964), La muerte tenía un precio (1965) y El bueno, el feo y el malo (1966), con la que el Hombre sin Nombre se ganó el favor del público y el desprecio de la crítica.
Este obsequioso lote, de halagos e improperios encontrados -y espléndida taquilla-, se reproduciría años después con sus tres interpretaciones, entre 1972 y 1976, del violento y fascistoide policía Harry Callaghan -el sucio, el fuerte, el ejecutor- que sellarían para siempre su perfil ultraconservador.
¿Para siempre? Nada es para siempre. Los tiempos -y las percepciones- cambian, y Clint Eastwood también cambió, al menos a los ojos no ya de la gente, sino de la influyente crítica francesa. De pronto, en 1985, su undécima película como director, El jinete pálido, recibió un improbable espaldarazo, refrendado en 1988 con Bird y reconfirmado en 1992 con Sin perdón. El tosco pato feo del derechismo se acababa de convertir, tras una larga marcha, en un mimado, sensible y espiritual autor de porte clásico e imperecedero. Y llegarían los Oscar -dos como director-, la renovada consideración del público y la convicción de los críticos de que su esforzado proceso de maduración había dado lugar a un cineasta de honda vida interior y pensamiento profundamente humanista, justamente allí donde antes había sólo zafiedad y una mueca de asco.
El atractivo de esta biografía consiste en dar detalles minuciosos, desde dentro del personaje, del extenso camino, en este caso, que ha permitido que el gusano se convierta en mariposa. Patrick McGilligan, el autor del libro, presenta algunas ventajas sobre otros biógrafos de parecido corte. Investigador tenaz e implacable, excelente periodista y buen escritor, McGilligan es, además, crítico de cine, habitual de las páginas de Film Comment y Sight and Sound.
Sus libros sobre directores de cine (George Cukor, Fritz Lang, Alfred Hitchcock, Robert Altman) son muy buenos. Pero existen otros de pareja calidad. Sin embargo, la gran aportación de McGilligan a la bibliografía cinematográfica son sus (hasta ahora) cuatro entregas de Backstory -publicadas en España por Plot Ediciones-, colecciones de entrevistas con grandes guionistas norteamericanos desde los años treinta hasta casi hoy mismo. Eastwood demandó a patrick McGilligan por este libro, reclamando una cifra millonaria. No había errores, hubo acuerdo. Publicado originalmente en 1999, McGilligan lo actualizó en 2008. La cuidada filmografía final llega a recoger Invictus como proyecto.
McGilligan subraya que mucha gente teme a Eastwood y a su vengativa personalidad. Temen hablar de él. La crónica de su vida y de su trayectoria profesional es exhaustiva, pero no hay grandes revelaciones. Lo que cuenta es el reflejo de un carácter hosco y seco, la reconstrucción de un tipo humano que se porta mal con las mujeres, con los amigos y con los colaboradores. Que deja en la cuneta a gente que le ha acompañado y ayudado. Un tipo que, en no pocas ocasiones, desprecia cuanto ignora, salvo el cultivo de su interés y de su aura.