Barthes: Diario de duelo
Roland Barthes
5 febrero, 2010 01:00Roland Barthes. Foto: Archivo
Sus editores en español guardan ley a la memoria de Roland Barthes (Cherburgo, 1915 - París, 1980) dedicándole una "Biblioteca" que acoge ahora esta obra póstuma recientemente publicada en Francia. Al igual que su otro inédito de 2009, los Carnets de voyage en Chine, Diario de duelo viene a reforzar una faceta que no debe ser oscurecida por la impronta académica del Barthes lingüista, semiólogo, crítico o teórico de la comunicación. Me refiero a su decidida vocación de escritor, que se manifiestaen su voluntad de estilo. A falta de los talentos imaginativos necesarios para parir un universo de ficción, el autor de Le plaisir du texte confesó siempre su entusiasmo por la escritura como una actividad tan reflexiva como creativa, y con frecuencia catártica como ocurre en este diario. Lo comenzó a escribir el 26 de octubre de 1977, al día siguiente del fallecimiento de su madre, Henriette Binger, que había enviudado de Louis Barthes en 1916, un año después del nacimiento del hijo de ambos.Barthes mantendrá este diario hasta septiembre de 1979, y su propia muerte le sobrevendrá por accidente en la primavera de 1980. Se trata de un periodo muy importante para el reforzamiento de aquella voluntad del ensayista por convertirse en escritor de creación mediante un expediente relativamente cómodo: explorar todas los posibilidades de la escritura autobiográfica. La aborda en 1975 con Roland Barthes, par lui même, que comienza con unas fotos de la madre a modo de preludio de lo que más tarde será otro libro suyo sobre la fotografía, La chambre claire, de 1980. Eran momentos de intensa revalorización de lo que se dio en denominar "la literatura del yo". Así, Lejeune publicaba por entonces tres obras sobre la autobiografía en Francia, el pacto autobiográfico y un tercero que toma como título una paradoja de Rimbaud: Je est un autre. Aquel Barthes por él mismo participaba también de ese juego por convertir literariamente la identidad en alteridad, y nos hablaba ya de una estrategia de alejamiento muy oportuna para trascender de lo testimonial a lo creativo, haciendo del yo un verdadero personaje como los de la ficción.
En su autobiografía mencionada, Barthes teoriza sobre lo que él denomina "el libro del Yo", una transacción productiva que da como resultado que "el ensayo confiese ser casi una novela", y trata también del "escribir por fragmentos", una magnífica posibilidad expresiva para quien, como él, vive en "mi pequeño universo hecho a migajas". Esta parcela autobiográfica, a la que cabe añadir otras obras suyas como Incidentes o Fragmentos de un discurso amoroso, está íntimamente ligada a la intensa relación de Barthes con su madre, y podría haber cuajado en un ambicioso proyecto del que solo tenemos algunos borradores: la Vita Nova. Barthes se acoge a la sombra del Dante para afrontar aquel salto creativo al igual que en su Diario de duelo está presente como estímulo constante la vida y la obra de Proust.
Este testimonio de la aflicción del escritor tiene, con todo, un precedente insoslayable: los fragmentos del diario que siguió durante la enfermedad de Henriette a lo largo del verano de 1977 y que se publicó en Tel Quel dos años más tarde, embozado bajo un título discursivo, "Deliberación", y arropado por disquisiciones teóricas sobre el género. Uniendo el interés creativo a la catarsis, Barthes confiesa que aquellas páginas le habían servido para estañar la angustia por medio de la escritura y expresa sin velos que el egotismo está en la raíz de su creación. En la página correspondiente al 13 de septiembre, el texto adopta la forma poemática para reiterarlo: "El siniestro /egoísmo (egotismo) / del duelo / de la aflicción". Buen resumen de este libro fragmentario, intenso y reiterativo como una melopea, en el que la madre es un fantasma del que apenas se nos dice nada. Un texto como el espejo lacaniano que ayuda al autor a recrearse a sí mismo y en sí mismo. Con frecuencia, el duelo se vincula, más que a la pérdida de la madre, al "miedo de mi propia muerte", y la escritura literaria se presenta como una herencia, porque para el Barthes autobiografista la Literatura es la "única región de la Nobleza (como lo era mamá)".