Image: Escapar del hambre y la muerte prematura, 1700-2100. Europa, América y el Tercer Mundo

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Ensayo

Escapar del hambre y la muerte prematura, 1700-2100. Europa, América y el Tercer Mundo

Robert Fogel

26 febrero, 2010 01:00

Foto: Sergio González

Traducción de S. Chaparro. Alianza. Madrid, 2010. 223 páginas. 18 euros


La humanidad tiene unas siete mil generaciones. El progreso tiene diez. Historiador económico y premio Nobel, Robert Fogel (Nueva York, Estados Unidos, 1926) describe la increíble revolución merced a la cual en tres siglos la renta per cápita en EE UU, Europa o Japón se ha multiplicado por cincuenta, mientras que la esperanza de vida se ha duplicado, y los seres humanos tenemos más ocio y más estatura que nunca antes. En 1965 el mundo se angustiaba ante la frugal dieta de Ruanda, la nación más desnutrida del planeta, pero esa era la dieta típica de principios del siglo XVIII en un país rico como Francia. La miseria extendida y prolongada se notó hasta incluso finales del siglo XIX en naciones opulentas, cual era el caso de Estados Unidos.

Pero si a pesar de los pesares la humanidad prosperó a partir del año 1700, el gran salto lo dio en el extraordinario siglo XX, en el que lo que Dora Costa y Robert Fogel llaman la "evolución tecnofisio", la sinergia entre las mejoras tecnológicas y fisiológicas, llevó a que los seres humanos adquirieran sobre su entorno "un grado de control tan significativo que no sólo nos diferencia del resto de las especies, sino también de todas las generaciones anteriores de Homo sapiens". En medio de lamentos sobre lo mal que iba todo, típicos del progreso ilustrado, "la esperanza de vida aumentó más del doble que en los últimos 200.000 años". Asimismo, la desigualdad, gran caballo de batalla de los socialistas de todos los partidos, se redujo en el contexto de una espectacular disminución de la pobreza. Hoy nos escandalizan sobremanera las personas sin techo, pero en ningún país desarrollado llegan al uno por ciento de la población, cuando a mediados del siglo XIX ese porcentaje podía alcanzar el veinte por ciento.

De la desnutrición, en muchos países se ha pasado a la sobrealimentación: "La comida se ha vuelto tan barata que la corpulencia ha dejado de ser un signo de riqueza y se ha convertido en ejemplo de falta de voluntad".

En el colmo de la incorrección política, sostiene Fogel que si los estadounidenses gastan más que los europeos en sanidad es ¡porque quieren! Mientras que el pensamiento único asegura que son ineficientes en su sanidad, resulta que los americanos demandan y obtienen un servicio de salud mejor y más cómodo, tienen más facilidad para elegir especialistas y hospitales, y no padecen nuestras progresistas y solidarias listas de espera. Pagan más, claro. Sobre el supuesto progresismo de la reforma sanitaria de Obama para extender las pólizas de salud al 15 % de la población que carece de ellas apunta Fogel: "Toda esta agitación desatada en torno a los seguros médicos tiene más que ver con la fiscalidad que con los servicios sanitarios existentes". Los pobres, en contra de lo que se dice, reciben atención sanitaria: "Lo que no hacen es pagar impuestos para cubrir esos gastos"; los falsos progresistas pretenden que se les retenga de sus nóminas un dinero "para pagar unos servicios que ya están recibiendo". En fin, un soplo de aire fresco, y para colmo bien traducido.