La tragedia del Congo
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16 julio, 2010 02:00Congoleños explotados en las minas en 1920
El texto más impresionante de esta antología es sin duda el informe que Roger Casement, cónsul británico, escribió para el entonces secretario de Asuntos Exteriores, el marqués de Lansdowne en 1903 y cuyas primeras ediciones fueron mutiladas para evitar conflictos diplomáticos con el gobierno belga. Se publica aquí en su versión íntegra y produce una impresión poderosa precisamente por su naturaleza eminentemente "descriptiva". Casement se abstiene casi en todo momento de hacer comentarios, se limita a transcribir testimonios y a describir lo que ve, y es precisamente esa neutralidad, volcada sobre la macabra fantasmagoría que describe, la que hace que su informe se convierta en algo más que un simple texto oficial o en una "galería de los horrores". Mutilaciones, canibalismo, rapto de mujeres, palizas injustificadas, leyes absurdas e interpretaciones aún más absurdas de esas leyes, pueblos devastados por la enfermedad del sueño y reducidos en tres cuartas partes de su población, hospitales de una insalubridad tan flagrante que casi merecerían otro nombre, desazón, crímenes, juicios delirantes. El tono de Casement no es frío porque le falte emoción, sino porque la emoción ha rebasado en él el límite de lo comunicable.
Éste es el texto base que utilizó Conrad para escribir El corazón de las tinieblas. Hay incluso, un momento emocionante de la lectura, en que salta como un chispazo el germen de la novela en un comentario que hace Casement de uno de los sanguinarios de los que tiene noticia en su descenso por el río Lulongo: "En una ocasión mataron a una mujer en la aldea por la que yo pasaba y trajeron su cabeza y otras partes del cuerpo con la intención de vendérselas a alguno de los tripulantes del vapor en el que iba. Los trajo la autoridad máxima del distrito y con frecuencia oí que los nativos se referían a él por el sobrenombre que se había ganado en la zona: Widjima o Tinieblas".
Al gélido y fantasmal sobrecogimiento de Casement sigue el apasionado corazón incendiario de Conan Doyle con su texto periodístico "El crimen del Congo" publicado en 1909, el primer texto mundialmente conocido sobre la masacre de la colonia congoleña y que provocó una reacción generalizada ante la situación, hasta entonces casi desconocida por el público general. Tiene la virtud de la pedagogía y el nervio de la indignación, a pesar de ser menos intenso y conmovedor que el informe Casement.
Se cierra la antología con un breve texto menor de Mark Twain, de un humor ácido, titulado "El soliloquio del Rey Leopoldo", que si bien no tiene ni la energía ni la calidad de los anteriores, al menos cierra el volumen otorgando una perspectiva distinta a los acontecimientos y tratando de dar voz a un rey cínico y solitario, tan pronto sobrexcedido por la enormidad del problema, como de una maldad maquiavélica un poco simplona. Sea como sea, la antología es, no sólo una delicia literaria y un acierto de edición, sino un ajuste de cuentas histórico y una referencia ineludible sobre el Congo.