Image: Quiroga íntimo. Correspondencia. Diario de viaje a París

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Ensayo

Quiroga íntimo. Correspondencia. Diario de viaje a París

Horacio Quiroga

30 julio, 2010 02:00

Horacio Quiroga. Foto: Archivo Quiroga

Edición de Erika Martínez. Páginas de Espuma, 2010. 655 páginas. 29 euros


Como señala la profesora Erika Martínez, editora de esta correspondencia, las cartas de Horacio Quiroga (1878-1937), y especialmente las que escribió en sus últimos años a Ezequiel Martínez Estrada, conforman el último libro que el narrador uruguayo llegó a concebir pero no tuvo tiempo de escribir; el que surgió en su mente mientras leía La historia de San Michele, de Axel Munthe, o Walden, de Thoreau: un elogio de la vida retirada, de la autosuficiencia material y espiritual, de la agricultura y los oficios manuales.

Quiroga vivió en la provincia selvática de Misiones durante dos largos periodos de su vida, y en ambos intentó prosperar y lograr esa deseada autosuficiencia, sin lograrlo del todo. Fue, a todos los efectos, un colono fracasado, si del balance total de su experiencia agreste excluimos lo que ésta aportó a su literatura. Pero en sus cartas este fracaso es eludido, o sólo puede entreverse entre líneas, cuando el autor confiesa sus apuros económicos o insta a sus amigos a interceder por él en los laboriosos trámites burocráticos que emprendió para asegurarse el sustento.

Y es que, aunque su madurez literaria y personal coincide con el problemático primer tercio del siglo veinte, y le toca ser contemporáneo de una guerra mundial, del ascenso de los fascismos y del estallido de la contienda civil española -asuntos todos ellos mencionados en esta correspondencia-, Quiroga es básicamente un hombre del siglo diecinueve; un entusiasta de las máquinas, como revela su afición al ciclismo y su interés por el cine, el automóvil y la radio; un emprendedor nato, que ve en cada materia prima la posibilidad de un producto; un optimista inasequible al desaliento. Las cartas que escribió al depresivo Martínez Estrada son una constante apelación a que éste cambie sus quehaceres burocráticos por la vida en el campo; y para ello no duda en hacerse portavoz de un individualismo liberal que, en esa época de quiebra de los valores burgueses, podía ser incomprendido. Se da la curiosa ironía de que este corresponsal de Quiroga terminaría sus días en la Cuba de Castro, de quien fue un panegirista convencido: sin duda en esa etapa no recordaría ya las invectivas de su amigo contra los agitadores comunistas que llegaban a los obrajes del Paraná, o la burla que este "solitario anarquista" hace de los intelectuales que le exigen que haga una literatura "comprometida".

No es Martínez Estrada el único corresponsal de Quiroga en este abultado epistolario. Abundan también las cartas -muchas de ellas de carácter jocoso-festivo, e incluso obsceno- a sus amigos de juventud, a su vecino en Misiones y "hombre para todo" Isidoro Escalera, a quien da instrucciones sobre el cuidado de su finca; a sus editores, con quienes mantiene un educado pero firme ten con ten a propósito de la remuneración de sus trabajos. Y llama poderosamente la atención el contraste entre el hombre práctico y desenfadado, un tanto exhibicionista, que se muestra en las cartas, y el joven abrumado y sin recursos que protagoniza el primer intento de escritura autobiográfica de Quiroga, también aquí incluido: el diario de su viaje a París, inicialmente trufado de tópicos decadentistas y luego convertido en un amargo registro de apuros económicos, a los que pone fin su regreso a Uruguay.

Entre el Quiroga de estos diarios cuasi-adolescentes y el hombre maduro que predica las bondades de la vida en el campo media toda una existencia que sabemos desgraciada. Poco traslucen estas cartas de esas desgracias, como no sea la animosa y sucesiva superación de todas ellas, en nombre de un optimismo que parece no rendirse a los hechos. Los mejores cuentos de Quiroga muestran también esa tensión entre el optimismo nato del pionero y las fuerzas oscuras que andan a la zapa de todo afán humano. Estas cartas demuestran que esa filosofía vital no era sólo un programa literario.