Image: Los extranjeros. Por una ética de la solidaridad

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Ensayo

Los extranjeros. Por una ética de la solidaridad

Terry Eagleton

8 octubre, 2010 02:00

Universidad de Valencia, 2010. 514 páginas, 235 euros


Dentro del panorama de la crítica cultural británica, Terry Eagleton (Salford, 1943) ocupa uno de sus puestos más destacados. Obras como Teoría literaria o La función de la crítica le han consagrado como una referencia inexcusable. Pero Eagleton no es de los que se apoltronan. Su inquietud intelectual le ha llevado a desbordar el marco más convencional de la teoría literaria y aplicarse al análisis de los fenómenos sociales de mayor actualidad. Sobre todo, posee un especial talento para descubrir la dimensión política latente en las manifestaciones culturales aparentemente asépticas y desplegar las contradicciones inherentes a su veladura ideológica.

Se trata seguramente de un talento adquirido ya desde la niñez: como testimonia su jugosa autobiografía, El portero, la suya es la historia de un chico de la clase obrera católica de la Inglaterra de la postguerra, portero y monaguillo en un convento, que, tras fracasar como seminarista, consiguió triunfar en el elitista mundo universitario inglés; y fue allí, estudiando en el Trinity College de Cambridge, donde halló, gracias el magisterio de Raymond Williams, la vía para conciliar su vocación de estudioso puro con la fidelidad a sus humildes orígenes, hasta convertirse en ese heterodoxo marxista de corrosiva ironía que tan pronto denuncia el conservadurismo posmoderno como revindica la vigencia de la teología.

En esta ocasión, Eagleton se interna en el territorio de la ética, preocupado por el creciente "problema con los extraños" (Trouble with Strangers es el título original) que se vive en nuestro mundo globalizado. El interés del libro está ligado, pues, al presente más inmediato, aunque la fórmula escogida por el autor para exponer sus ideas -un recorrido histórico por algunas de las principales teorías éticas, de Aristóteles a Zizek- y el extenso número de páginas puedan desorientar al lector. No obstante, la clave de la que se sirve Eagleton para sistematizar dicho recorrido, asignando a cada una de las teorías éticas una de las tres categorías psicoanalíticas de Lacan -lo imaginario, lo simbólico y lo real-permite recobrar el hilo de la lectura sin dejar de disfrutar de sus espléndidas digresiones. Su punto de partida es el análisis lacaniano de la fase del espejo, en la que el niño, viendo que la imagen reflejada repite cada gesto que él decide hacer, confunde el mundo real con su propio deseo y cultiva fantasías de omnipotencia. Este mundo simpático, donde todo concuerda y se ajusta a las propias expectativas, correspondería a las éticas de la sensibilidad representadas por Hutcheson o Hume. La virtud ética se concibe aquí como benevolencia y se entiende como un asunto de buenas costumbres, con sentimientos humanitarios inundándolo todo.

Pero se trata de un universo cerrado, donde no hay lugar para la discrepancia ni para la asunción de lo verdaderamente diferente a nosotros. Para madurar, el individuo debe reconocer esa alteridad, abandonar el claustro hogareño y atreverse a fundar la moral en principios abstractos, susceptibles de ser universalizados. Eagleton va entonces en busca de un Kant que no desconfíe de la sensibilidad y encuentra un primer modelo en Levinas. En su ética de la entrega a una otredad radical ve eso que Lacan llama lo Real. Claro que Eagleton aspira a que esa escurridiza categoría lacaniana le sirva asimismo para reconstruir el viejo horizonte político de la izquierda revolucionaria y aquí la cosa se complica. En pos de una perspectiva más realista, que concilie ética y política, procura que eso Real tenga arraigo en lo que nos es más propio y para ello recupera su vieja idea de que es el cuerpo lo que nos universaliza en nuestra común condición humana. El materialismo de Eagleton y la mística de la diferencia pugnan en un espacio donde Hegel podría resultar provechoso. Cómo edificar a partir de ahí toda una ética de la solidaridad, que tendría en el comportamiento con el extraño su paradigma de conducta virtuosa, rescatando así el legado judeocristiano para intentar vivificar un socialismo relegado hoy al orden de lo imaginario, es el gran problema que este interesante libro evidencia, pero que obviamente no resuelve.

Si de algo presume Terry Eagleton es de no leer libros ajenos. En una entrevista concedida al New York Times en 2007, el filósofo aseguraba que cuando desea leer un libro, simplemente "lo escribo. Por eso quizá he publicado 40 títulos... He intentado parar de escribir. De hecho, estoy buscando una contrarreceta, una pastilla que te detenga la escritura"