Image: Monet. Los años de Giverny. Correspondencia

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Ensayo

Monet. Los años de Giverny. Correspondencia

Claude Monet

5 noviembre, 2010 01:00

Le jardin de Monet a Giverny, 1900

Edición de Paloma Alarcó. Traducción de M. Arranz. Turner, 2010. 422 pp., 17 e.


Para muchos Claude Monet (1840-1926) fue uno de los grandes del impresionismo. Para otros (y son dos proposiciones que no se excluyen) Monet fue pionero del arte abstracto. Idea que, tal vez, hubiera chocado al propio Monet, que si llegó a los umbrales de la abstracción lo hizo desde el depurado o quintaesenciado realismo de intentar captar -trabajando mucho sus lienzos- la instantaneidad y los cambios de luz de la naturaleza. De ello habla a menudo, en un lenguaje sencillo, la correspondencia de este gran pintor, poco amante de las ciudades, por lo que en 1883 se fue a vivir con su compañera y sus hijos a la aldeíta de Giverny, desde donde escribe (o adonde dirige) buena parte de la correspondencia que recoge este tomo. Como muy bien dice la editora, estamos ante las cartas de un gran pintor que, aunque amigo de algunos literatos ilustres -quiza el más llamativo sea Mallarmé- no era él mismo otro escritor ni lo pretendía como su amigo Whistler, y que sí tiene curiosos pinitos literarios. Monet, no. Sus cartas (sencillas como a menudo reconoce) sólo nos dan cuenta de su vida afectiva, centrada en Alice Hoschedé a la que ama y cuenta su intimidad sentimental y a la que curiosamente -aunque vivían juntos- llama de usted (más frecuente en francés que en español) mientras ella no ha conseguido la separación de su anterior marido, y a la que ya tutea como Alice Monet, cuando han logrado casarse.

El grueso de esta correspondencia (pues Monet sale de su querido Giverny ora para hacer negocios y ver amigos o para pintar, como es el caso de las estancias en Ruán para ver los distintos matices de la fachada de su catedral) está dirigido a su mujer Alice y a su marchante Durand-Ruel, al que debe mucho a favor, pero con el que no deja de tener tensiones. En esos dos grupos de cartas, vemos la necesidad íntima de Monet (volcado en su pintura) de gozar de estabilidad sentimental; y cómo pondera ante su galerista y representante la dificultad de su trabajo, que sólo puede realizar con cierta luz y cierto clima (por lo cual no todos los días ni horas valen para pintar) y su necesidad perfeccionista de revisar sus cuadros una vez concluidos.

Aparte están sus cartas a amigos o cercanos escritores a los que confiesa admirar y leer, como Mallarmé (al que regala una obra) , Zola, Octave Mirbeau o el decadente Rollinat, con el que pasó una temporada. La otra parte la llevan, lógicamente los pintores, desde el admirado Manet (que acaba de morir cuando comienza esta correspondencia y de cuya fama póstuma se ocupa Monet en algún momento) hasta otros impresionistas -término que no gustaba a nuestro hombre- como Pissarro, Berthe Morisot o incidentalmente Toulouse-Lautrec, junto a otros cercanos como el mencionado Whistler, Helleu o el gran escultor Rodin…

No, este no es un libro literario. Las cartas son sencillas, pero constituyen un documento imprescindible para conocer la sensibilidad y el trabajo cuidadoso de Monet, sus relaciones, su respeto por otras artes y artistas y hasta el hecho de que ya en 1908 era imitado, pues en una carta de ese año a Durand-Ruel le dice que destruya un cuadro que le ha llegado con la firma muy bien imitada, pero que no es suyo. Monet un delicado artista y un hombre humanamente (al parecer) cordial y sencillo. Como sus cartas, en suma, aunque ésta no sea su correspondencia íntegra.