Ensayo

La quimera del autómata matemático

Víctor Guijarro y Leonor González

5 noviembre, 2010 01:00

La máquina de Babbage

Cátedra. 399 pp., 18 euros


Abarca este estudio un territorio que va de los hombres a los mecanismos, desde el calculador medieval a la máquina análitica de Babbage. Dos extremos que vienen a coincidir con las dos partes en que puede dividirse el libro, diferenciadas entre sí aunque no del todo discontinuas. Vemos en la primera cómo desde la Edad Media se afrontan en la sociedad occidental problemas de registro matemático -un eclipse, o prácticas de navegación- que se resuelven diseñando unas tablas o instrumentalizando procedimientos aritméticos, reglas de cálculo, algunas máquinas, pero también personas, como los maestros del ábaco. Otros instrumentos, cuadrantes, niveles, astrolabios, relojes mecánicos, varillas de Napier, surgen como intermediarios entre la teoría y la práctica, como una inteligencia mecánica que enseña unas rutinas de las que "no se describen sus principios, sólo su uso". Así hasta llegar a la renombrada máquina de Pascal -aquí descrita-, que demostró que las máquinas aritméticas podían ser una realidad. Para su época suponía una audacia metafísica, esa de reemplazar el razonamiento por un mecanismo, aunque sin llegar a suplir la voluntad.

En las primeras décadas del siglo XIX, cuando la revolución industrial empezaba a fabricar grandes máquinas y a familiarizar a la gente con espectáculos de autómatas, las máquinas de calcular estaban en una fase de ensayo. Y aquí entran los desvelos de Babbage por introducir una nueva tecnología que relacionase su "autómata matemático" con las facultades propias de la mente humana. Él sí invita a sus exhibiciones pero sólo a personas de "inteligencia, belleza o categoría", tales como Dickens, Darwin o la misma hija de Byron, Ada Lovelace, "que muy probablemente reunía las tres condiciones y se convertiría en fiel amiga y colaboradora". Los autores nos dan una descripción detallada y gráficas de las máquinas de Babbage y del modo como operan. Saliéndose de las líneas antes existentes, son ingenios que no computan sino que calculan y se basan en principios complejos y fiables con mecanismos de coordinación y control. Aunque estas máquinas son capaces de convertir procesos mentales en mecánicos, no provocaron suspicacias de orden ético de hasta qué punto podían pensar por sí mismas. Y sólo desarrollaban un tipo de cálculo matemático que no dejaba de ser una tarea rutinaria, complementaria pero no sustitutiva del intelecto.

Después -hasta hoy y continuará- hay una densa historia que aquí sólo se menciona. Si los autores acometieran su narración, les deseamos que les salga tan clara y bien expuesta, tan trabajada y completa como la que ahora nos han brindado.