Nostalgia, intimidad y aristocracia
Agustín de Foxá
12 noviembre, 2010 01:00Agustín de Foxá
Ése es el caso. Agustín de Foxá (sobre todo en verso y en teatro, su faceta más creativa) es un postmodernista, pero el modernismo en su época -es decir, a partir de 1930- era ya una antigualla, el reciente pasado. Su obra dramática y exótica Cui- Ping -Sing (la única obra de pura creación que esta antología recoge) es una delicada y bella chinería en verso, que aunque escrita durante la Guerra Civil -lo que no deja de tener algo de huida- se estrenó en el San Sebastián de los "nacionales" en 1939. ¿Qué hubiera ocurrido de estrenarse una obra similar, fuera ya del modernismo estricto, pero aún muy cerca de su clima? ¿Qué diríamos de Cui-Ping- Sing estrenada, es un decir, en 1916? El juicio sería distinto. E igual se podría decir de otra de sus piezas dramáticas en verso como Baile en Capitanía?
La nostagia por su aristócrática infancia y por el mundo que la rodeó fue vital para la literatura (muy bien hecha y algo antañona) de Agustín de Foxá. Al final la gente lo recuerda más por sus artículos (casi siempre literarios) o por su circunstancial pero hábil novela del momento, Madrid de Corte a Cheka de 1938, una de las primeras sobre la guerra civil, que por sus versos nostálgicos o por su parigual teatro, que el diplomático Foxá -gordo y con fama de "bon vivant"- dejó de hacer a fines de los años cuarenta, para dedicarse los últimos años de su vida esencialmente al articulismo en ABC que fue su cuna y su palabra. Es muy dificil decir qué categoría histórica tiene un texto que a la par es bello y bien escrito pero se inscribe dentro de una estética periclitada.
Jordi Amat nos ofrece una antología muy singular de nuestro autor, ya que salvo Cui-Ping-Sing sólo recoge textos inusuales del autor, diarios íntimos de la guerra y de sus misiones diplomáticas y algunos artículos y cartas, todo de lo menos conocido de su autor y siempre anterior a 1951, cuando -sino algo antes- para el seleccionador comienza la larga decadencia de Foxá. Quizá quepa entender su obvio "postmodernismo" si tenemos en cuenta que la victoria de Franco permitió (pocos años) una suerte de escapista reacción tardomodernista, aún encabezada por viejas y decadentes figuras del movimiento, tales como el propio Manuel Machado o el también diplomático y aristócrata Antonio de Zayas. En esa línea (pero sin vetustez) estaba Agustín de Foxá, que escribe nostálgico desde Roma, en 1941, a la muerte de Alfonso XIII en el exilio y que nunca deja de añorar el buen tiempo pasado.
De gira por Hispanoamérica con Luis Rosales , Leopoldo Panero y Antonio de Zubiaurre (entonces todos franquistas) ¿qué pensaría nuestro hombre cuando en muchos aeropuertos "hermanos" y fuera de la recepción oficial protocolaria, mucha gente silbaba y hasta les tiraba huevos por defensores de la España de la dictadura, muertos ya Hitler y Mussolini, a los que Foxá casi admiró? Insisto, estamos ante un caso muy singular y que debe considerarse y leerse. Un buen autor, de brillante página, que escribe no sólo a menudo fuera de su tiempo, sino siempre contra su tiempo y ello también estilísticamente. Y con todo o pese a todo, Agustín de Foxá, comido de íntimas melancolías y derrotas, no merece el olvido, como el presente tomo atestigua notablemente.