Pasajera a Teherán
Vita Sackville-West
14 enero, 2011 01:00Los amantes de los autores de Bloomsbury conocerán bien las piezas mayores de Vita Sackville-West, en especial esa joya de Toda pasión apagada, tal vez no tanto estas dos piezas reunidas aquí: "Pasajera a Teherán", donde se relata el viaje que comenzó en 1926 desde El Cairo y remontando el Nilo hasta Luxor en dirección hacia la India y que luego prosiguió por mar recorriendo el Golfo Pérsico, en tren hasta Bagdad y a continuación en el convoy del correo transdesértico hasta la cordillera persa y posteriormente hasta Teherán. La segunda pieza que cierra la obra es "Doce días", su regreso a Irán un año más tarde, en el que cruzó a pie con una pequeña caravana de mulas la cordillera Bajtiari, uno de los territorios más agrestes del país.
Vita Sackville-West es una de esas escritoras que triunfan sobre el lector sin alardes y sin despliegues de pirotecnia literaria, sus armas, como las de otros compañeros de generación como Foster, Virginia Woolf o Dora Carrington, fueron más bien una especie de brillante inteligencia narrativa, una personalidad excepcional y una verdadera confianza en la inteligencia del lector para suplir los constantes vacíos y sobreentendidos de sus obras.
Desde el primer minuto uno se sumerge en esta crónica de viaje con el mismo entusiasmo con el que la propia autora ve subir su equipaje -al que coquetamente le ha colgado una lustrosa etiqueta que dice: Persia- a un tren inglés. Sackville-West tiene el raro talento, reservado quizá a los escritores de raza, de hacer sentir al lector, como si se trataran de datos de su propia experiencia, las extrañezas propias de su condición y de su sensibilidad. "Viajar es el placer más íntimo que existe -dice en las primeras líneas de este libro- Y no hay nada más aburrido que un viajero aburrido". Sackville-West sabe también que no hay nada más odioso que un libro de viajes informativo y que la única manera de emocionar relatando un viaje es la de hacer del texto algo deliberadamente personal, algo que refleje las debilidades, las predilecciones y hasta las sensiblerías del autor.
A Egipto, del que habla muy someramente, lo despacha con una frase digna del mejor humor inglés: "No puedo tener una opinión muy elevada de un pueblo que se ha dedicado a pintar los gatos de la misma forma durante cuatro mil años", pero cuando llega a Persia se produce una simbiosis casi espiritual con el paisaje: "Ver aquel paisaje me llenaba de una euforia extraordinaria. Jamás había visto nada que me complaciera tanto como aquellas montañas persas, sus vistas monumentales, su luz clara y su esplendor rocoso".
La autora es especialista en describir, y tal vez sea éste el mejor acierto del libro, todo ese cúmulo de extrañezas casi nunca comentadas pero propias de todo viaje largo, como por ejemplo leer a un autor que en nuestra casa resultaría habitual en un entorno aparentemente opuesto, el arte de escribir -y de leer- cartas, la impunidad del viajero y la ventaja ganada al pensar en su propia vida desde otro lugar, como si se hubiese detenido, los acompañantes molestos en las situaciones de euforia, las incomodidades y la incapacidad para conectar con un lugar supuestamente monumental…
Sackville-West sorprende y estimula precisamente por su inteligencia y su libertad, y por su sinceridad también. Tan pronto arremete contra la pompa de la coronación de Reza Khan en Therán convirtiéndose en periodista como revela las inquietudes más intimas de su conciencia: "¿Quién soy yo? ¿Y dónde estoy? ¿Dónde se halla mi corazón, nostálgico un instante y exageradamente animado al siguiente?".